Me
siento en esta silla de plástico de las que tanto he visto por el
país en estos meses, en bares y zonas turísticas. Me siento frente
a los palmerales de plantaines verdes, correteando el aire entre sus
grandes y caídas hojas, y creando un sonido suave que se escucha con
los cantares de las coloridas aves que viven en la zona. Me siento
con este ordenador portátil en las rodillas (un detalle a repetir es
que no hay mesa donde vivimos), el mismo que me acompañaba y era
cómplice de mis primeras reflexiones durante el viaje hasta aquí,
en el aeropuerto de Bruselas, en septiembre. Mis primeras lágrimas,
saladas, resbalando por mi cara, yo toda miedos... Me siento, y me
releo entonces, me repienso. Y me siento otra. Una misma, crecida, ¡y
digáis como queráis, envejecida! Vieja porque los días me han
aplastado a veces como a una anciana que se sienta en la puerta de su
casa esperando, porque el cuerpo me ha sido pesado como carga durante
largos momentos, porque se me han repetido los pensamientos y las
rutinas con esa calma como sabia de las personas mayores, porque por
instantes se me han escapado las fuerzas para reponerme a situaciones
que me han debilitado mucho... Vieja, ya vivida. Y al mismo tiempo
tan joven...
Son
siete los meses que llevo en terreno. Uno, dos, tres... así hasta
siete, lentamente. Pero no siete meses cualesquiera, no siete meses
anónimos, de esos que corren por los calendarios mientras una se
dice: “¡vaya, han pasado ya siete meses!”. De ésos, he vivido
muchos. (¡Y cuántos habrás vivido tú también!) Estos son
otros... de los que hablo son siete meses con tantos días, tantos
momentos, tantas lunas y tantas y tan visibles estrellas desde este
hemisferio que llamamos sur... tantos miedos vencidos, crisis
superadas y recomposiciones rutinarias... tanto tanto, que me es
difícil empaquetar todo lo vivido en el rótulo “siete meses”.
Sí, familia: que el tiempo es relativo
era verdad. Pero una verdad sólida, plomiza. Como los pesos que
llevan en la cabeza las niñas/os de por aquí. No vivimos el mismo
tiempo, ni lo hacemos de las mismas maneras. Cuando la vida pesa,
pesan los momentos mucho más, pesa más la aguja moviéndose por la
esfera, ralentizando el reloj de los días... Y, como astronauta que
volviera a la Tierra, volver al tiempo calendarizado supone asumir un
desfase importante, saberse más vieja que de costumbre, más de lo
esperado.
-
- -
Escribía
hace poco menos de dos meses, en esta misma tierra rural:
“¿Por
qué este dolor? ¿Por qué yo aquí desde este lado? ¿Por qué esta
maldita injusticia que por azar te condena o te premia con jugosas
oportunidades?¿Por qué este sufrir tan injusto e innecesario de
bebés, de niñas y niños, de seres humanos que se van des-animando
(perdiendo su alma, literal)
inmersas/os en su realidad? ¿Por qué? Esas miradas, papá, se me
han clavado a fuego en mi mente, me han marcado como hierro
incandescente. ¿Y qué hago yo? ¿Qué puedo hacer yo? ¿Quizás
escribirte sirve, me sirve...? Hago lo que puedo, y me respeto, me
cuido... Pero no sé a veces qué más poder hacer... me siento tan
limitada... Y cómo me duele.”
Y
seguía, unos días después:
“Tengo
sensación de peligro constantemente... pero al mismo tiempo, estoy
tranquila. ¿Quién comprende...? Tengo muchas dudas, y me faltan
abrazos... pero al mismo tiempo estoy segura. (…) Esto es una
locura. La vecina viviendo en una choza de barro, como las de los
documentales; y su hijos machos en un palacete al lado, herederos del
padre, con dinero y libertades. Maldito patriarcado. Estoy muy
dolida. (…) Quiero escapar y quiero quedarme...”
Hace
menos de un mes, cuando la Crisis por Estafa, decía:
“He
llorado mucho esta semana. Me han temblado las piernas, me he mordido
los labios. He sentido rabia, vergüenza y pena. He sentido caerse mi
mundo presente, mi universo de estabilidad, mi seguridad. Me he
sentido desesperada. He sentido que no podía ser real lo que estaba
viviendo. He llorado mucho (…) Toda mi ilusión por el proyecto,
mis ideas de continuar aquí, mi forma de plantear las ayudas
venideras... caídas... He tenido que estructurar mi presente de una
manera muy brusca, y adaptarme rápido. (…) Pero ya comienzo a
reflexionar con algo más de claridad. Ya empiezo a alejarme un poco
del problema central (…) y crezco mucho, no sabéis a qué
velocidad, a base de golpes de realidad tengo que encontrar
soluciones a situaciones complejas. Sobre todo, he ganado mucho
autoconocimiento, autocontrol, confianza, paciencia... y
tranquilidad. Necesaria tranquilidad para vivir y superar, para
sobre-vivir.”
Y
en proceso de cambio, hace una semana ya escribía:
“¡Lo
hemos conseguido! Hemos conseguido el cambio. (…) Era cierto (…)
Ella me ofreció trabajo para el próximo año en un cole... Siempre
con prudencia y reflexión, pero también con mucha esperanza.”
Siguiendo,
al por fin salir de la ciudad que me tenía cautiva (Yaundé):
“La
verdad, ahora que vuelvo a estar aquí (…) no puedo ni creerme todo
lo que he vivido en estas últimas semanas. ¡Menudo aprendizaje! (…)
El campo está precioso. Las mujeres han trabajado de forma brutal
para dejarlo así. Qué fuerte todo. Qué fuerte. (…) Pienso en
todo lo que he mejorado lavando la ropa desde que llegué aquí,
antes hecha toda una europea acostumbrada a las lavadoras (…)
Quiero una vida sencilla. (…) No os creáis que es broma. En
relación a “los ricos”, puede que seamos más pobres. Pero en
relación a las inmensas mayorías del mundo, somos esa clase media
(más baja o más media) europea, sostenida tal como es por los
resquicios colonizadores y la presente neocolonización.”
Y
ya hacia lo más reciente:
“Yo
estoy en proceso de cambio. Cuestionando de raíz muchos principios
que creía seguros. Tirando abajo muchas ideas y formas de vida que
creía 'buenas'... Mi cerebro se llena de actividad. Y es que allí,
antes, aunque me creía despierta, seguía dormida en tantos
sentidos... El dinero está ¿dónde? El mundo es algo grande, vasto,
amplio y plural. Y así, igual, quiero que sea nuestro saber. Dejadme
que piense. (…) Si quiero, tengo trabajo aquí para el año que
viene. Sólo tengo que decir 'sí'. (…) A día de hoy, mi cabeza
estalla en reflexiones, en dudas. Antes estaba más segura, como más
confiada de querer (y deber) trabajar en terreno, pasar años
trabajando y construyendo aquí. Pero... conforme más vivo, más
dudo. (…) Dudas gigantescas, dudas estructurales. Mis
planteamientos viejos caen y llegan nuevas opciones. Y a eso le llamo
crecer, supongo.”
-
- -
Y
ahora, reflexionando las palabras de un maestro (Gabriel BAYEMI,
Cameroun), sobre los problemas de desarrollo del África
Subsahariana y la persistencia de la escuela colonial (en forma de
post-colonial, esas escuelas en las que intervenimos para aminorar
las violencias y aumentar el respeto a los derechos fundamentales de
la niña/o), y con la experiencia ganada en este tiempo (nombrado
como siete meses en terreno), nuevas dudas surgen. “Pour que le
développement soit réel, il doit être endogéne(...)” ¿Cómo
trabajar, cómo intervenir siendo siempre eso exógeno que trae
algo? (Tu me gardes quoi?) ¿Cómo trabajar por la
eficacia real de lo trabajado? ¿A quién preguntar, con quién
consultar antes de la intervención? ¿Tiene algún sentido más allá
del asistencialismo nuestro trabajo? ¿Podemos en verdad trabajar por
algo diferente? ¿Cómo asumir el abismo entre las teorías
occidentales sobre la cooperación internaciónal y la mise en
ouvre, su práctica real? ¿Mejora o ayuda a mejorar de facto
la situación real y diaria de las personas, o es un parche
neo-colonizador para tapar las conciencias de quienes somos
conscientes del daño existente? ¿Qué sabemos, por qué sabemos tan
poco y por qué desconocemos en mayorías lo que está pasando “aquí
abajo”? ¿Pensamos que es casual la gran ignorancia con respecto a
las alternativas locales de evolución y crecimiento, bien alejadas
de los organismos internacionales gubernamentales o no? Las preguntas
crecen, más conforme más conozco o más vivo.
Antes...
me creía más sabia, lo reconozco, y casi con vergüenza. Ahora,
después de derrumbarse un muro grande, siento cómo la tierra vibra
en cada una de sus dimensiones y distintas formas de vida. ¿Y ahora
sé más, sabiendo que sé menos? Mi opción es sólo una. Una opción
solidaria, en tanto que preocupada por el conjunto, pero una opción
individual... Y en eso estoy ahora, en una transformación individual
que me aporte calma y equilibrio. Y estoy tranquila, con todo. Sé
que tengo mucho que aprender, de la vida y del mundo, de los dolores
y cómo limarlos (o evitarlos), de cómo estructurar los problemas
que hay y vienen, para intentar resolverlos. No quiero hacer nada
precipitado.
A
día de hoy, puedo deciros que gracias a mi decisión de venir a esta
tierra (delimitada políticamente como Camerún, área del Cinturón
Subsahariano, esa porción del África negra de la que tan poco
sabemos) estoy creciendo en ricas experiencias que me están ayudando
a conocerme mejor, saber lo que no quiero, y orientarme en
aprendizajes hacia lo que quiero. Y no tengo rencores. Siento rabia,
siento pena y un malestar hiriente que transformo en fuerzas para
luchar por todo eso que quiero. Estoy conociendo tanto... Ese tanto
tan pequeño que supone el inicio de una vida en terreno, los
primeros choques serios con los problemas globales, los golpes
directos de una realidad sangrante. Una perspectiva más amplia.
Salir del círculo comfortable, entrar en círculos absorbentes (sí,
como los de los rollos del papel de cocina de por allí), círculos
laberínticos, problemáticos, y buscar posibles soluciones,
construyéndolas.
Me
siento lo suficientemente empoderada como para decidir en libertad, y
tomar una decisión que respete mis sentimientos. Quiero ser lista, y
no forzarme, no obligarme a llevar a cabo algo de lo que no creo del
todo, de lo que me llueven dudas sólo de pensarlo. Sé que voy a
seguir exprimiendo cada instante aquí, conociendo y aprendiendo
durante estas semanas por delante (próximos dos meses en terreno)...
PERO tengo ganas de volver allí, de tener tranquilos momentos al
lado de las personas que quiero, de coger perspectiva, pero ahora,
desde el otro lado. Tengo ganas de desconectar, descansar de tanta
dosis de realidad y formarme en estrategias y nuevas formas de
afrontar estos problemas.
Estoy
preparada, pero pienso que no lo suficiente. Necesito tiempo.
Necesito releerme, releer la historia desde nuevas ópticas, releer
los problemas y construír posibles soluciones. Necesito aprender más
para actuar mejor. Creo que puedo hacerlo mejor, no repetir errores y
volar al cambio, un cambio real y presente. Necesito relacionarme en
nuevos entornos, conocer nuevas personas, no repetirme en
pensamientos, avanzar. En cuanto más vivo, más ganas tengo de vivir
para aprender. No está nada tan claro. Desde allí todo es distinto.
Desde aquí las palabras pierden fuerza en miradas que desmontan
hipocresías cotidianas, blancas o negras. Desde aquí pesan los
momentos. Pero, superados, te hacen volar más alto. Y yo quiero
seguir haciéndolo.
Quiero
gestionarlo bien. No tomar decisiones precipitadas. Las decisiones
son importantes, éstas lo son. Y conocerse bien es la base: el amor
propio, la confianza en una misma. En ocho semanas y media estoy, si
es para bien, en esas tierras asfaltadas y limpias, llenándome de
esa fuerza que me ha venido faltando tanto últimamente: vuestros
abrazos. Pero tengo paciencia. Y os agradezco también la vuestra.
Seguimos
aprendiendo.
Os
quiero mucho. Gracias.
Muchos
abrazos y energía de la buena.
Y
a volar el cambio.
-Isa-
Isa, se me acaba de borrar el comentario, en realidad lo que te decía es que estamos deseando de que llegue el momento de poderte abrazar. Millones de besos. Anye.
ResponderEliminarMuchas gracias, mum. :) Todo lo bueno se hace esperar, así aumenta la ilusión y el disfrute del momento. Abrazos enormes para allá.
ResponderEliminar