viernes, 18 de abril de 2014

Acidez en los días

Dedicado a quienes logran mantener una actitud positiva cada día y cada noche, a pesar de las fuertes presiones, los sangrantes contrastes y la pesantez de los momentos difíciles. Muy en especial dedicado a mis compañeras de esta gran aventura, Verónica y Zara, que sin dificultad comprenderán cada palabra de las que vienen abajo, por afrontar con valentía y amor a la lucha cada problema vivido. En todos estos meses no he dejado de valorar la fortuna que supone teneros a mi lado. Gracias.


Dedicado a todas las compañeras/os que aún no conozco y que paralelamente viven situaciones como las nuestras, hundiéndose en mares de dudas para después salir a flote merced a su trabajo. A todas las/os que están, en cualquier parte de la superficie que habitamos, sacando de su llanto la fuerza para seguir adelante, creyendo en lo que hacen. Y a todas las/os que no están ahora, que murieron escapando o bien atrapadas en su rutina de sometimiento al autoritario. Que aún mueren cada día. No os olvidamos.

Y como siempre dedicado a ti, que me lees ahora, porque sin tu lectura estas palabras quedarían como muertas en algún espacio de la red, y tú las das vida... según las vas enlazando unas con otras en tu lectura atenta. A ti, que persistes en tu trabajo diario de recomposición tras derrotas que quizás aún no has compartido con nadie. Ánimo, compañera, compañero. No estamos solas/os, y nada puede extirparnos este conocimiento: la conciencia de que somos muchas/os peleando en el mismo frente. Ánimo.



Como esa carcajada ácida del final de las tragicomedias
que deja un regusto agrio como de limón ennegreciéndose;
como ese chiste que, a fuerza de agrandar los defectos de unas,
provoca risas hirientes entre otras gentes.

Acidez.

Como esa ropa empapada por la lluvia
que provoca un frío incómodo
a la espera de una toalla.

Ácidos los días.
Como cuando las niñas embarradas trasladan cubos
inmensos de un agua lejana y cara
mientras yo mastico una tostada untada.

Momentos ácidos.
Como ese ignorar alegre del sufrir intenso de la vida
que llevamos cuando elegimos suavizante para el cabello
con aroma de coco y piña.

Cargadas de objetos caminamos
por una tierra de pantalones polvorientos
y pieles secas, deshidratadas.

No me latigo, lo sé: no somos las únicas.
Las burguesías locales lo arruinan todo,
arrodilladas ante las burguesías extranjeras
que mantienen sus privilegios.

Es aún más complicado,
más de lo que pensábamos.

Siento acidez en el estómago,
una bocanada de amarga bilis
de vida diaria plagada de contrastes.


Nuestra casa

Nuestra casa no tiene muros
altos como los de las fronteras de Europa.
Nuestra casa no tiene muros
como los de los ministros del partido.

Nuestra casa no tiene muros,
no tiene muros muy altos.
Por eso las niñas/os se aglutinan en la puerta,
tras la baranda, a mirar cómo comemos.

Dadme una tregua, por favor.
Expulsamos a los niños. No, en casa también no.
¿Cómo me recompongo de esto?
Dejadme de mirar, necesito mi espacio.

Mi espacio. Un espacio privado.
Qué facil es vivir tranquila en nuestros
pisos, parques y países amurallados,
colmados con alambres de espinos.
Y hombres uniformados en las puertas.

Y resulta que la tierra es común,
que no hay fronteras para la necesidad.
Y mirarlo a la cara es amargo.

A veces un plato de arroz para las niñas que vienen.
Hoy una peli, hoy unas canciones.
Hoy unos cuadernos
que sobraban de las donaciones.

Hoy dejadnos tranquilas, no podemos más.
No podemos mantener a todas las niñas/os del pueblo.
No podemos solucionar vuestros problemas.
Ha sido un día duro de trabajo y de vida
y necesitamos una desconexión.
Y aquí no tenemos muros.

Echo de menos los muros.
¿Hipocresía? No. Humanas.
Somos humanas. Y esto es mucho.
La cabeza nos estalla. Soy sincera.


El transporte

La espera.
Esperamos a que se llenen los autobuses.
Esos autobuses traídos de Europa y Asia,
fabricados especiales para aquí.
Donde allí caben 30 plazas, aquí son 70.

Ocho en un cinco plazas:
cuatro alante, cuatro atrás.
Siempre crees que no caben,
y siempre caben. Cabemos.
Se presionan los límites,
si es que los hay. Empujan.

Lunas agrietadas como raíces de árboles,
expandiéndose por toda la superficie.
Puertas que se abren con alambres y
con truco, ruedas que, mordidas,
pinchan cada corto viaje.

Las motos. Dos ruedas para tres o
cuatro personas, y las cargas,
y las mesas, y los cerdos,
y las cabras.

Mientras, me imagino, las tecnologías
en airbags, y los coches automáticos,
y las lunas nuevas,
de ésas que se oscurecen con el sol.
Me imagino las campañas de
de seguridad vial de allí
y las multas por embriaguez.
(Las multas por casi todo)

Los hombres. Los señores del transporte,
los maridos y los padres,
conductores de las vidas
de todas las poblaciones.
Bebiendo. Gastando.
¡No, mujer, hay de todo! Ya.

Y mientras,
las pequeñas/os se me acercan
vendiendo clínex y chicles,
galletas y linternitas,
calcetines y libretas.

Miro por el cristal de polvo:
no quiero nada, gracias.
Y si insisten, casi les echo,
aunque mantengo la simpatía
con esa sonrisa rancia...
jugando a adivinar su edad.

Hoy vi un coche quemado.
Ayer, del bus salía humo.
Las ruedas también se pincharon.
La velocidad es excesiva.
Mucho riesgo, mucho.
Cuanto más rápido, más viajes:
más francos que puedes ganar.

Echo de menos el transporte rico,
el que sale de las estaciones a punto
estén vendidos o no todos los billetes,
el que tiene cinturones
y respeta unas normas básicas.

Echo de menos un coche.
¿Me avergüenzo? No.
Sólo estoy cansada de tener tanto miedo
evitable. Pero es lo que hay.
Somos una más aquí.
Nuestra vida vale lo mismo.


Algunas rutinas

I

No tenemos máquina lavadora.
Qué ausencia notable, para tantos
días en una tierra tan polvorientas
y tan plagado el cuerpo de sudores.
Qué ausencia... para nosotras.

Nuestros jabones y barreños
se llenan de agua limpia que conseguimos
sin gran dificultad, comparándola a
la local, claro.
Seguimos sin ser iguales. ¿Queremos?
¿Podríamos soportar más? ¿Deberíamos?

Las mujeres y las niñas andan mucho
para lavar sus ropas y las de sus maridos
o hermanos en esos riachuelos azules
por los vertidos. Con jabones imaginados
a veces. Tengo náuseas. Tenemos.
Una náusea de injustos momentos.

(Suerte que tengo dinero para pagarme
unas medicinas que me suavicen la acidez).

Jabones y agua limpia.
Y unos barreños. No se necesita más
para lavar la ropa. Y muchas sueñan,
sueñan con tenerlo. Sólo eso. “Sólo”.
Yo sueño ahora con una lavadora
que me quite este dolor de brazos
y este cansancio pesado. Son muchos días.


II

Puedo tenerla, cuando decida huír de
esta realidad. Maldita fortuna la nuestra.
Una decisión libre, un manojo de papeles
morados de diez mil francos que salen de
un cajero bancario, en el que sólo veo
blancos y cameruneses ricos.
Y los bancos son como en Europa.

Son como siempre, iguales en todo el mundo,
al menos el mundo (poco) que conozco.
Como las gasolineras,
con esa construcción genérica,
ese único resquicio occidental
que me hace sentir como en casa.

Cuando piso una gasolinera,
me siento como en el barrio.
Me sube una ola ácida de nuevo.
¿De dónde vengo yo?
Y me repito, nos repetimos, que nada es casual.


III

Hemos visto estaciones petrolíferas
explotadas por la France. Con trabajadores/as
uniformadas/os como ahí arriba hacemos.
Y de nuevo la sensación de estar en casa
al ver a los obreros/as con monos amarillos y
naranjas chillones, cascos blancos y botas
de punta de acero.

Vaya, el petróleo me recuerda a
chez moi”. Casi todo lo demás, me es ajeno.
¿Quién soy, quiénes somos, compañera?


IV

Los mercados me atosigan
(ya os lo conté hace meses),
con sus montones de gente
agarrando y empujando,
ofreciendo y pidiéndonos tanto...

Nos satura el día. Muchos ojos fijos
nos han atravesado hoy el cuerpo,
el alma, o lo que sea atravesable así.
Encierran a la vecina para que no se
escape: nacer con discapacidad intelectual
o física es una culpa imperdonable.

Mejor compramos en el supermercado.
Ese a estilo europeo que tiene pasillos
plagados de productos que un ínfimo
porcentaje de la población del país
podrá adquirir. Y ahí estamos nosotras.
Y me siento como en casa.

V

¿Quién cojones soy?
Compañera, abrázame.
Esto es demasiado fuerte.
Sí, mejor compremos galletas con chocolate.
Esa acidez vuelve. Tragico-cómica.

Salimos con las bolsas llenas.
Nada en relación con lo que compraríamos
(y compráis, lectoras/es presentes)
allí en esa parte. Aquí mucho menos.
Pero mucho más de lo que la mayoría
podría asumir en muchos años.

Un señor herido se acerca a pedirnos
cien francos. No, perdone. Lo siento.
Y vaya que si lo sentimos.
Jodida contradicción constante.
Y nos animo, diciéndonos que no seamos
tan duras, que al menos lo estamos intentando.

Pero nos escuece la herida,
nos pica, nos roza la llaga
con el paso a paso del caminar.
Y nos apartamos a los niños de la calle
que vienen a agarrarnos del brazo.

Poco a poco, tenemos que asumir
contradicciones. No cargar con culpa,
sacar la fuerza, cantar con el ukelele
y comer colacao caliente con galletas.
O si no, lo dejamos todo. Y no queremos.

La leche en polvitos NIDO, de Nestlé.
El Nescafé, ese café robado de estas tierras
para volver fabricado en sachets de 50 FCA.
Robar materias primas, vender productos
manufacturados. Estamos aún ahí.
Y cómo escuece, sí. Será el Relec...

El dinero no circula.



La maladie: el dinero, o la resignación

Sin dinero, no hay salud.
No hay cartilla, no hay transporte
que te acerque al médico, no hay medicina.
(Ya os hablé también de ello).

Vete a casa.
No tengo dinero. Por favor tenga piedad
de mi hijo enfermo. Lo buscaré, buscaré
cómo pagarle.

Vete a casa.
La muerte le espera. A él y a ti.
Unos días de llanto intenso y rabia,
y seguirás adelante con tus días.
Sin dinero, esa es tu receta.

Y paciencia. Porque no hay nada más
que se pueda ofrecer y sea gratis.
'Ça va aller'. Es que no hay más opciones.
Resignación aprendida a la fuerza.

Mientras, me siento muy cansada.
Voy a coger uno de mis medicamentos de
mi bolsa repleta de ellos. Irónica vida.
Esa carcajada fúnebre...

El mundo del que venimos. Del que vengo.
Me meto arropada en el saco de dormir.
Para luego salir, claro.
Pero me meto.

No os escondo nada, os lo quiero contar todo.



Pon una blanche en tu vida

...O de los privilegios no meritorios,
sino fortuitos, de gracia,
como los de haber nacido
donde y como lo hemos hecho nosotras.

Y sólo tratamos de ser consecuentes,
de asumir la responsabilidad que nos toca,
por venir con tantas oportunidades de serie,
gratuitas. Somos responsables.
Y tenemos que estar orgullosas, compañeras...

Las miradas, los saludos,
los cariños o los abusos de la gente.
Eres la primera persona blanca con la que hablo,
me encantaría casarme con una blanca/o,
quiero ser como tú
(ya he hablado de eso también)

Sonrisas y respetos.
Gente buena.

Tratos preferentes.
Nos reservan el asiento delantero.
Nos agasajan o nos timan.
Discriminación positiva, o negativa.

Y las miradas.
De admiración o envidia.
Ojalá fuera tú,
tuviera tu pelo, viviera en tu casa.
Ojalá mi vida fuera la tuya.

Y aquí estamos nosotras, con nuestra vida.
Sin poder salir de nuestra blanca cobertura
que es la piel. Sólo trabajando,
y tratando de no morir en el intento.
Para sobrevivir, y contarlo.

Hay gente buena,
tampoco me cansaré de cantarlo.
Porque hundirnos, no quiero,
ni pienso permitirlo.

Un honor, la esperanza,
un orgullo tener una blanca
entre mi grupo de amigas/os.
Por favor, dame tu número.
Y un acoso constante,
de machos y machirulos
que no sabes cuándo empezar
a romper de cuajo.

Allí todo lo teníamos tan clarito...


Y como una taza de café amargo
que pasa lento por dentro del cuerpo
termino este escrito
en el ordenador que traje de España,
a pocos metros de muchas personas
que no han visto en su vida uno.


Gracias por haber leído hasta aquí. Eso es que te importa algo toda esta cuestión de la acidez de la vida, de la que tanto nos hemos venido protegiendo en nuestra vida. Igual me tomo un Almax, me lo voy a pensar. Vida callosa.

Muchos abrazos,
os quiero y os animo,
os mando mucha fuerza y amor.

No dejaremos de intentarlo,
una vez más lo repito.

-Isa-

martes, 8 de abril de 2014

Con “C” de Crisis se escribe Crecimiento.

Me siento en esta silla de plástico de las que tanto he visto por el país en estos meses, en bares y zonas turísticas. Me siento frente a los palmerales de plantaines verdes, correteando el aire entre sus grandes y caídas hojas, y creando un sonido suave que se escucha con los cantares de las coloridas aves que viven en la zona. Me siento con este ordenador portátil en las rodillas (un detalle a repetir es que no hay mesa donde vivimos), el mismo que me acompañaba y era cómplice de mis primeras reflexiones durante el viaje hasta aquí, en el aeropuerto de Bruselas, en septiembre. Mis primeras lágrimas, saladas, resbalando por mi cara, yo toda miedos... Me siento, y me releo entonces, me repienso. Y me siento otra. Una misma, crecida, ¡y digáis como queráis, envejecida! Vieja porque los días me han aplastado a veces como a una anciana que se sienta en la puerta de su casa esperando, porque el cuerpo me ha sido pesado como carga durante largos momentos, porque se me han repetido los pensamientos y las rutinas con esa calma como sabia de las personas mayores, porque por instantes se me han escapado las fuerzas para reponerme a situaciones que me han debilitado mucho... Vieja, ya vivida. Y al mismo tiempo tan joven...

Son siete los meses que llevo en terreno. Uno, dos, tres... así hasta siete, lentamente. Pero no siete meses cualesquiera, no siete meses anónimos, de esos que corren por los calendarios mientras una se dice: “¡vaya, han pasado ya siete meses!”. De ésos, he vivido muchos. (¡Y cuántos habrás vivido tú también!) Estos son otros... de los que hablo son siete meses con tantos días, tantos momentos, tantas lunas y tantas y tan visibles estrellas desde este hemisferio que llamamos sur... tantos miedos vencidos, crisis superadas y recomposiciones rutinarias... tanto tanto, que me es difícil empaquetar todo lo vivido en el rótulo “siete meses”. Sí, familia: que el tiempo es relativo era verdad. Pero una verdad sólida, plomiza. Como los pesos que llevan en la cabeza las niñas/os de por aquí. No vivimos el mismo tiempo, ni lo hacemos de las mismas maneras. Cuando la vida pesa, pesan los momentos mucho más, pesa más la aguja moviéndose por la esfera, ralentizando el reloj de los días... Y, como astronauta que volviera a la Tierra, volver al tiempo calendarizado supone asumir un desfase importante, saberse más vieja que de costumbre, más de lo esperado.

- - -

Escribía hace poco menos de dos meses, en esta misma tierra rural:

¿Por qué este dolor? ¿Por qué yo aquí desde este lado? ¿Por qué esta maldita injusticia que por azar te condena o te premia con jugosas oportunidades?¿Por qué este sufrir tan injusto e innecesario de bebés, de niñas y niños, de seres humanos que se van des-animando (perdiendo su alma, literal) inmersas/os en su realidad? ¿Por qué? Esas miradas, papá, se me han clavado a fuego en mi mente, me han marcado como hierro incandescente. ¿Y qué hago yo? ¿Qué puedo hacer yo? ¿Quizás escribirte sirve, me sirve...? Hago lo que puedo, y me respeto, me cuido... Pero no sé a veces qué más poder hacer... me siento tan limitada... Y cómo me duele.
Y seguía, unos días después:

Tengo sensación de peligro constantemente... pero al mismo tiempo, estoy tranquila. ¿Quién comprende...? Tengo muchas dudas, y me faltan abrazos... pero al mismo tiempo estoy segura. (…) Esto es una locura. La vecina viviendo en una choza de barro, como las de los documentales; y su hijos machos en un palacete al lado, herederos del padre, con dinero y libertades. Maldito patriarcado. Estoy muy dolida. (…) Quiero escapar y quiero quedarme...”

Hace menos de un mes, cuando la Crisis por Estafa, decía:

He llorado mucho esta semana. Me han temblado las piernas, me he mordido los labios. He sentido rabia, vergüenza y pena. He sentido caerse mi mundo presente, mi universo de estabilidad, mi seguridad. Me he sentido desesperada. He sentido que no podía ser real lo que estaba viviendo. He llorado mucho (…) Toda mi ilusión por el proyecto, mis ideas de continuar aquí, mi forma de plantear las ayudas venideras... caídas... He tenido que estructurar mi presente de una manera muy brusca, y adaptarme rápido. (…) Pero ya comienzo a reflexionar con algo más de claridad. Ya empiezo a alejarme un poco del problema central (…) y crezco mucho, no sabéis a qué velocidad, a base de golpes de realidad tengo que encontrar soluciones a situaciones complejas. Sobre todo, he ganado mucho autoconocimiento, autocontrol, confianza, paciencia... y tranquilidad. Necesaria tranquilidad para vivir y superar, para sobre-vivir.”

Y en proceso de cambio, hace una semana ya escribía:

¡Lo hemos conseguido! Hemos conseguido el cambio. (…) Era cierto (…) Ella me ofreció trabajo para el próximo año en un cole... Siempre con prudencia y reflexión, pero también con mucha esperanza.”

Siguiendo, al por fin salir de la ciudad que me tenía cautiva (Yaundé):

La verdad, ahora que vuelvo a estar aquí (…) no puedo ni creerme todo lo que he vivido en estas últimas semanas. ¡Menudo aprendizaje! (…) El campo está precioso. Las mujeres han trabajado de forma brutal para dejarlo así. Qué fuerte todo. Qué fuerte. (…) Pienso en todo lo que he mejorado lavando la ropa desde que llegué aquí, antes hecha toda una europea acostumbrada a las lavadoras (…) Quiero una vida sencilla. (…) No os creáis que es broma. En relación a “los ricos”, puede que seamos más pobres. Pero en relación a las inmensas mayorías del mundo, somos esa clase media (más baja o más media) europea, sostenida tal como es por los resquicios colonizadores y la presente neocolonización.”

Y ya hacia lo más reciente:

Yo estoy en proceso de cambio. Cuestionando de raíz muchos principios que creía seguros. Tirando abajo muchas ideas y formas de vida que creía 'buenas'... Mi cerebro se llena de actividad. Y es que allí, antes, aunque me creía despierta, seguía dormida en tantos sentidos... El dinero está ¿dónde? El mundo es algo grande, vasto, amplio y plural. Y así, igual, quiero que sea nuestro saber. Dejadme que piense. (…) Si quiero, tengo trabajo aquí para el año que viene. Sólo tengo que decir 'sí'. (…) A día de hoy, mi cabeza estalla en reflexiones, en dudas. Antes estaba más segura, como más confiada de querer (y deber) trabajar en terreno, pasar años trabajando y construyendo aquí. Pero... conforme más vivo, más dudo. (…) Dudas gigantescas, dudas estructurales. Mis planteamientos viejos caen y llegan nuevas opciones. Y a eso le llamo crecer, supongo.”

- - -

Y ahora, reflexionando las palabras de un maestro (Gabriel BAYEMI, Cameroun), sobre los problemas de desarrollo del África Subsahariana y la persistencia de la escuela colonial (en forma de post-colonial, esas escuelas en las que intervenimos para aminorar las violencias y aumentar el respeto a los derechos fundamentales de la niña/o), y con la experiencia ganada en este tiempo (nombrado como siete meses en terreno), nuevas dudas surgen. “Pour que le développement soit réel, il doit être endogéne(...)” ¿Cómo trabajar, cómo intervenir siendo siempre eso exógeno que trae algo? (Tu me gardes quoi?) ¿Cómo trabajar por la eficacia real de lo trabajado? ¿A quién preguntar, con quién consultar antes de la intervención? ¿Tiene algún sentido más allá del asistencialismo nuestro trabajo? ¿Podemos en verdad trabajar por algo diferente? ¿Cómo asumir el abismo entre las teorías occidentales sobre la cooperación internaciónal y la mise en ouvre, su práctica real? ¿Mejora o ayuda a mejorar de facto la situación real y diaria de las personas, o es un parche neo-colonizador para tapar las conciencias de quienes somos conscientes del daño existente? ¿Qué sabemos, por qué sabemos tan poco y por qué desconocemos en mayorías lo que está pasando “aquí abajo”? ¿Pensamos que es casual la gran ignorancia con respecto a las alternativas locales de evolución y crecimiento, bien alejadas de los organismos internacionales gubernamentales o no? Las preguntas crecen, más conforme más conozco o más vivo.

Antes... me creía más sabia, lo reconozco, y casi con vergüenza. Ahora, después de derrumbarse un muro grande, siento cómo la tierra vibra en cada una de sus dimensiones y distintas formas de vida. ¿Y ahora sé más, sabiendo que sé menos? Mi opción es sólo una. Una opción solidaria, en tanto que preocupada por el conjunto, pero una opción individual... Y en eso estoy ahora, en una transformación individual que me aporte calma y equilibrio. Y estoy tranquila, con todo. Sé que tengo mucho que aprender, de la vida y del mundo, de los dolores y cómo limarlos (o evitarlos), de cómo estructurar los problemas que hay y vienen, para intentar resolverlos. No quiero hacer nada precipitado.

A día de hoy, puedo deciros que gracias a mi decisión de venir a esta tierra (delimitada políticamente como Camerún, área del Cinturón Subsahariano, esa porción del África negra de la que tan poco sabemos) estoy creciendo en ricas experiencias que me están ayudando a conocerme mejor, saber lo que no quiero, y orientarme en aprendizajes hacia lo que quiero. Y no tengo rencores. Siento rabia, siento pena y un malestar hiriente que transformo en fuerzas para luchar por todo eso que quiero. Estoy conociendo tanto... Ese tanto tan pequeño que supone el inicio de una vida en terreno, los primeros choques serios con los problemas globales, los golpes directos de una realidad sangrante. Una perspectiva más amplia. Salir del círculo comfortable, entrar en círculos absorbentes (sí, como los de los rollos del papel de cocina de por allí), círculos laberínticos, problemáticos, y buscar posibles soluciones, construyéndolas.

Me siento lo suficientemente empoderada como para decidir en libertad, y tomar una decisión que respete mis sentimientos. Quiero ser lista, y no forzarme, no obligarme a llevar a cabo algo de lo que no creo del todo, de lo que me llueven dudas sólo de pensarlo. Sé que voy a seguir exprimiendo cada instante aquí, conociendo y aprendiendo durante estas semanas por delante (próximos dos meses en terreno)... PERO tengo ganas de volver allí, de tener tranquilos momentos al lado de las personas que quiero, de coger perspectiva, pero ahora, desde el otro lado. Tengo ganas de desconectar, descansar de tanta dosis de realidad y formarme en estrategias y nuevas formas de afrontar estos problemas.

Estoy preparada, pero pienso que no lo suficiente. Necesito tiempo. Necesito releerme, releer la historia desde nuevas ópticas, releer los problemas y construír posibles soluciones. Necesito aprender más para actuar mejor. Creo que puedo hacerlo mejor, no repetir errores y volar al cambio, un cambio real y presente. Necesito relacionarme en nuevos entornos, conocer nuevas personas, no repetirme en pensamientos, avanzar. En cuanto más vivo, más ganas tengo de vivir para aprender. No está nada tan claro. Desde allí todo es distinto. Desde aquí las palabras pierden fuerza en miradas que desmontan hipocresías cotidianas, blancas o negras. Desde aquí pesan los momentos. Pero, superados, te hacen volar más alto. Y yo quiero seguir haciéndolo.

Quiero gestionarlo bien. No tomar decisiones precipitadas. Las decisiones son importantes, éstas lo son. Y conocerse bien es la base: el amor propio, la confianza en una misma. En ocho semanas y media estoy, si es para bien, en esas tierras asfaltadas y limpias, llenándome de esa fuerza que me ha venido faltando tanto últimamente: vuestros abrazos. Pero tengo paciencia. Y os agradezco también la vuestra.

Seguimos aprendiendo.
Os quiero mucho. Gracias.
Muchos abrazos y energía de la buena.
Y a volar el cambio.

-Isa-