martes, 12 de agosto de 2014

Acción colectiva

Salida de la escuela rural de Balepipi, oeste de Camerún
Una mamá del África rural subsahariana caminaba cada amanecer (a las cinco, más o menos) con sus herramientas de campo sobre la cabeza. Su cuerpo, reclinado hacia el suelo, me hablaba de sus años de trabajo y su cansancio. Sus pies se veían pedregosos, como si la tierra se hubiera ido instalando entre las grietas de sus dedos hasta formar un solo bloque con su piel. El terroso de sus telas me dejaba sólo imaginar lo que un día fueron en su traje brillantes colores (amarillos y verdes, rojos y naranjas, como lucen en las mujeres jóvenes de la zona). Sus arrugas eran pliegues de fatiga que cubrían toda su negritud. ¡Qué mayor era, por las diosas del Olimpo! Cada mañana salía para volver al anochecer, más pesados los huesos por el cansancio, más pesadas las telas por la tierra pegada...


Un día, me decidí a preguntarle, con ayuda de la traducción de otra mamá más joven que conocía algo de francés, que por qué una mujer tan anciana como ella seguía trabajando en algo tan duro, cuando lo habitual es que las mujeres más jóvenes fueran quienes trabajasen el campo. (Yo pensaba entonces que no tendría descendencia, pero... seguía sin entender por qué trabajaba tan lejos de su casa en terrenos tan grandes...) La mamá anciana, entre una sonrisa desdentada y un par de palmadas con baile (de ésas que dan las mamás de la zona rural), me contestó: si ella no cultivaba el maíz tendrían que hacerlo sus hijas solas, y sería mucho más dura la tarea para ellas. Por eso, mientras ella tuviera un mínimo de fuerza, la sumaría a la de sus hijas para que ellas tuvieran menos trabajo. 


Mi sonrisa y mi admiración terminaron con mis dudas sobre el porqué de que aquella encorvada mamá siguiera caminando con su herramienta cada mañana. Y además, me resolvieron otra duda que ni siquiera me había planteado antes: el de dónde saca la fuerza para seguir empleando su cuerpo en la pesada tarea del campo, ese amor solidario hacia sus hijas, ese esfuerzo por procurar que otras estén mejor...


Y ya veis, que en África una no ve solo cosas hirientes.

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Conozco demasiadas miradas de víctimas
de sistemas opresores vigentes,
miradas de personas y personitas
que sufren cada segundo respirado,

conozco sólo unas pocas, sé,
pero ya son demasiadas para mí.
Admiro su valentía y fuerza,
su trabajo y su impulso por seguir,
su silencio responsable y sus
actos transformadores de sus días.

Y ahora ya,
me siento tan impregnada de
lo más jodido, y de lo más valiente
que se desprende de los mundos
de lxs aplastadxs por la violencia,
que cada vez me cuesta menos
deshacerme de las llantinas acomodadas.

Hay una revolución
dentro de cada una de nosotras/os,
no me es importante que estalle,
sino que de su eclosión nazcan
frutos positivos. Para ti y para el mundo,
el mundo más allá de ti. El nuestro.

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En la elección entre la miseria y la valentía
me quedo con lo valiente, con el coraje,
la fuerza, el ánimo y la superación
vista y sentida
desde las luchas en la Cañada Real
hasta las perdidas en la tierra
de las personas oprimidas,
y en la tierra de las mujeres...

¡Ay, Valentía!
Referentes positivos, una vez más.
Lejos quiero ese
llanto histérico del colono desorientado
que no entiende por qué está triste.

Y me digo
que quien no encuentra su paz
en tiempos de paz
quizás será quien me mate
en tiempos de guerra.

Pero hay mucho campo que cultivar,
y no quiero que mis niñas lo hagan todo.


Salud y solidaridad.
Un abrazo enorme.
-Isa-