Me resulta necesario escribir para recordar,
para informar a quienes no vivís aquí ahora,
para no olvidar quién soy y no perderme en
el camino, entre vaguedades y palabras abstractas.
Porque vivo en lo concreto, en un día a día
que a veces me pesa mucho, como aplastándome
la espalda contra el suelo, como azotándome
cada cierto tiempo, machando mi fuerza.
Escribo porque vivo sensaciones nuevas,
descubriendo que aún es más complejo, que la
lucha tiene nuevos frentes abiertos, que según
con quién me relacione, me cambia el universo
momentáneo que me envuelve.
…
Hay cosas que no, perdona.
Soy blanca, pero no soy gilipollas.
Así termino concluyendo mentalmente muchas
de las situaciones rutinarias que me pesan, como
para posicionarme en este caos, para que no me
trague el monstruo de la corrupción camerunesa.
Llegas como voluntaria a un
terreno que necesita ayuda externa para seguir conquistando derechos sociales,
humanos. Haces un trabajo profesional cada día, trasciendes la línea de la
‘buena voluntad’ aplicando criterios y metodología de trabajo bien hecho.
Cargas sobre tus costillas todo el peso que supone dejar tu vida, tu rutina, tu
gente amada, tus apoyos, tus comodidades y tus hábitos (de alimentación, de
higiene, de salud más básicos). Cargas con una CARGA (redundancia modo on) económica
inmensa, te quedas a cero en dinero, empleando todo lo que tenías ahorrado de
tus trabajos y fatigas anteriores, por realizar algo que consideras justo,
necesario. Piensas que lo que te mueve es más grande que la angustia que te
pueda producir volver a España y buscar corriendo un curro nuevo para seguir
sobreviviendo. Cargas a veces con las palabras y comentarios de crítica, del
tipo: ‘chica, teniendo trabajo aquí, vas y lo dejas todo, pierdes toda tu
pasta, para luego seguir buscándote la vida…’ (Bueno, de éstos últimos cargo
poco, me deshago pronto. Pero están). Cargas y asumes también el contraste
cultural (a veces muy intenso), el impacto de una rutina radicalmente distinta
a la tuya, una escala de valores que, aunque te punce por dentro, tienes que
tolerar desde el momento en el que decides aterrizar en este terreno (tolerar,
y luego dentro, ir intentando aportar aquello que puedas, pero tolerar). Cargas
con el cambio climático, con un calor que desde las siete de la mañana te hace
sudar chorros (y digo chorros, no exagero), y hace que tengas las manos, los
pies y las piernas hinchadas y doloridas como una embarazada, y te quema e
irrita tu blanca piel, nada acostumbrada a estas presiones. Cargas con las
decenas de picaduras de mosquito que te molestan cada noche, y lo acabas
tolerando como una ‘minucia’ dentro de todo con lo que tienes que cargar. Cargas
con los desarreglos gastrointestinales, con las diarreas agudas (que, para las/os
viajantes de estos mundos, acaban siendo naturalizadas, pero que duelen y
revientan como una paliza en el estómago, cada una de las diarreas, cada diez
minutos, durante no se sabe cuánto tiempo), con las fiebres tifoideas y con
otras enfermedades derivadas de tu decisión de estar aquí. Cargas con la
obligación de adaptarte a todo lo que te envuelve, lo que rodea tu vida aquí,
de esforzarte de forma constante por no tirar la toalla ante las cincuenta
situaciones que vives cada día y que te van quemando por dentro. Tengo que
adaptarme, de acuerdo. Pero… ¿a todo? ¿Dónde está el límite? Porque lo hay.
¿Quién soy yo aquí y hasta cuándo, con cuánto más se puede cargar? Perdona,
pero hay cosas que no.
Desde el momento en el que decido
venir, asumo que es y será difícil, en distintos planos y a distintos niveles.
No es la primera vez que viajo para hacer algo así, y ya sé el esfuerzo que
tengo que hacer para poder vivir disfrutando de la experiencia. Claro que cargo
con todo lo que ello conlleva. En realidad, me quejo muy poco. Asumo los
gastos, el cambio cultural, la pobreza, las dificultades en mi rutina, el echar
de menos, la falta de apoyo (a muuuuuuuuuuuchos niveles), la ausencia de
comodidades, el calor, el trabajo duro y difícil sobre el terreno… asumo mucho
y aprendo de ello. Todo eso son consecuencias de una decisión mía, una decisión
libre que tomé en su momento: realizar un proyecto educativo en Camerún y
coordinarlo durante nueve meses a través de una organización internacional
joven y sin gran experiencia en terreno. Hasta ahí, supero la montaña de
dificultades diarias para seguir luchando por mi objetivo y decir que no me
arrepiento, es más, que aquella decisión es una de las mejores que he tomado en
mi vida. Lo supero todo, y me alegro, agradezco la posibilidad de poder estar
aquí trabajando por lo que lo hago y aprendiendo tanto de la vida.
Pero, como vengo diciendo, hay
cosas que no. O pones límite o esto es un cachondeo. (Menuda novedad, ¿verdad?
Ya, pero desde ahí sentada/o todo se ve más claro y más fácil, y estando aquí
son muchas las emociones y sensaciones las que se te mezclan, y tomar
decisiones con la cabeza fría se vuelve un reto). Una puede venirse al sur un
mesecito o quince días sin que le pese, o sin notar apenas esto que intento
expresar. Una puede conservar sus ciertos prejuicios (de los que no se es a
veces muy consciente) sobre el pobre mundo
negro, colonizado y esclavizado, y asumir por ello actitudes, situaciones y
comentarios que no le pertenece asumir. Pero eso sólo dura cierto tiempo. Si te
planteas vivir aquí, hacer de esta tu rutina, construír de la mano de la
población local, entonces… mucho has de cambiar necesariamente para sobrevivir
(sobre todo, emocionalmente).
La pluralidad de personas y de
forma de concebir la presencia blanca es inmensa, casi tanto como distintas
somos las personas blancas que estamos aquí. Entiendo que la historia duele, la
sangre derramada duele, la injusticia duele (y por eso estoy aquí, vaya).
Entiendo y hago mía esta lucha, como si mi propia familia hubiera sufrido en
sus carnes aquella explotación colonialista. Porque lo siento como propio,
porque mi sentimiento universalista supera la azarosa situación de haber nacido
en una tierra o en otra. Y hay muchas personas blancas aquí que siguen el hilo
de aquella colonización, que son neocolonizadores económicos, explotadores de
recursos y de trabajadores/as. Hay empresarios blancos que se mofan de sus
dominios en el África Central, perpetuando una dolorosa relación de poder. Pero
ojo, que ya sabemos de qué va el tema. Y son muchos años (no míos, pero sí
comunitarios) de experiencias de cooperación internacional frustradas por
corruptos poderosos negros, dictadores opresores y asesinos de sus pueblos
hermanos. Ya superamos el mito del ‘buen salvaje’, ya lo superamos
afortunadamente. Y sabemos que blanco o negro da igual, que lo que nos enseña
la historia no habla de colores de piel (quiero decir, recientemente), sino de
relaciones verticales de insolidaridad y autoritarismo, corrupción extrema y
violencia militar, económica. Que lo mismo da un blanco asesino que un negro
asesino. La piel no es la cuestión aquí.
La piel no es la cuestión, digo,
y así me refuerzo esta idea cuando logro vínculos con personas locales, cuando
hago nuestra (blanca y negra) la lucha, cuando compartimos la indignación y la
conciencia de injusticia y caminamos de la mano para sembrar un cambio social.
Cuando nos comportamos como personas, como una ‘especie única’, en busca activa
de una transformación real de la realidad. Pero mi día a día me enseña, a golpe
de latigazo sobre mi blanca piel desnuda, que la piel sigue siendo una barrera
para quien no quiere ver más allá. Y me duele. He asumido con la mayor de las
dignidades, que las distintas situaciones me han permitido, ciertos comentarios
y actitudes que ahora considero intolerables. Los he asumido, pienso, sobre
todo, por ignorancia. Por mi prejuicio semiinconsciente de pobre mundo negro, colonizado y esclavizado. Me he puesto por
debajo, como asumiendo una falsa culpa de alguien que ha torturado y al que
ahora le toca asumir consecuencias de un justo juicio. Hasta que he dicho
basta. Porque hay cosas que no.
Hay cosas que no, porque ni yo
soy un colono inglés ni tú eres un esclavo sometido a mi poder. Porque yo estoy
aquí ahora, y no podemos borrar la historia, igual que no podemos recuperar a
nuestros muertos por la Guerra Civil
española. Pero podemos subsanar los males, podemos seguir hacia delante, joder.
O eso, o nos seguimos liando a machetazo limpio, raramente disfrutando al ver
cómo corre la sangre del contrincante por nuestra tierra roja. Y yo no quiero
eso, no quiero más sangre que la menstrual. Y por eso estoy aquí. Mi actuación
es valiosa, mis principios son legítimos, y no he venido a imponer nada. Me he
preparado mucho, no soy una novata ciega (o no novata del todo, vaya), quiero
hacer las cosas bien. No vengo a enseñar autoritarismo, no creo que venga de un
mundo mejor, no me considero mejor persona por hacer lo que hago ni por venir
de donde vengo. No tengo, o intento evitar tener, sentimiento maternalista, ni
pienso que nos necesitéis (a nosotras las blancas/os) para sobrevivir. Sólo
estoy aquí porque pienso (y porque HE CORROBORADO POR EXPERIENCIA DIRECTA, en
muchos casos) que el apoyo mutuo es básico para seguir reduciendo daños
evitables y aumentar alegrías y bienestares. Y por eso, porque mis decisiones y
mis actos son legítimos, porque no tengo INTERESES de ningún tipo mientras
actúo aquí (mi mayor interés es la transformación social), no voy a aceptar
castigos que no me pertenecen, no voy a asumir errores que no he cometido yo,
no voy a pagar como justa por el pecado de otros. Porque soy blanca, soy
europea, pero no soy gilipollas, de verdad. Y tengo dignidad, y derecho a que
me respeten, con ese respeto mutuo que nos debemos las personas, un respeto
igualitario e internacionalista. Y hay cosas que no.
Sé distinguir. Distingo el
constante ‘blanche!’ que me persigue por la calle del ‘te voy a timar, blanca
de mierda’. Ya vale. Tolero a veces con resignación las burlas diarias de ser
una europea en el África negra. Tolero lo que pienso que forma parte inevitable
de la experiencia de vivir aquí viniendo de donde vienes. Lo tolero, por
necesidad, con cierto humor ácido que me ridiculiza y hace tambalear mi
‘estabilidad’ momentánea. Tengo paciencia, una paciencia enorme. Una calma
interior que me permite seguir sonriendo asertivamente hasta en momentos que no
lo merecen. Tolero, tolero muchas frustraciones, trago mucho. Por eso hasta a
algunas/os les parece fácil mi situación aquí, confundiendo el no lloriquear
constantemente con el aguantar con estoicismo. Todo prejuicios. Y ya basta de
algunas cosas, ya basta de faltar al respeto, ya basta de verme como un mero
trozo de carne blanca. Hay cosas que no.
Sin ahondar mucho en el porqué
(que a veces me lo imagino, otras me lo justifico con hechos), lo cierto es que
hay personas que me tratan, no como individua, sino como mera carne, carne
blanca. Y al igual que me parece denigrable alguien que lo haga con otra
persona (véase el caso más claro: hombre que trata a mujer como trozo de carne
utilizable), comienzo a ver lo denigrable que es que me traten así a mí misma.
En una es más difícil verlo, reconocerlo o darse cuenta, pero hay que hacerlo
para seguir viviendo, para seguir luchando por cumplir mi objetivo, que es
completar lo que he venido a hacer aquí. Y hacerlo bien. Basta ya de dirigirse
a mí como si fuera una millonaria explotadora abusiva. Basta ya de tomaduras de
pelo, una y otra vez, cada día, en cada tienda y en la misma a todas horas.
Basta ya de gritarme por la calle EXIGIENDO que te dé dinero o cosas, como si
te debiera algo. Basta ya de agarrarme del brazo y querer comprarme. Basta ya
de tratarme como una blanca débil e inútil que no sabe lo que es la vida. Basta
ya de ridiculizarme porque me ponga mala si bebo agua de tu país. Basta ya de
tus prejuicios hacia mí, basta ya de que pienses que por ser blanca soy odiosa.
Basta ya de reírte de mí cuando te digo que me duele cómo me hablas o cómo te
diriges a mí. Basta ya, joder.
NO. NO SOY CAMERUNESA. NO SOY
AFRICANA. ¿Pero alguien me ha preguntado acaso si quiero serlo? NO, no quiero
ser nada de eso. No quiero ser lo que no soy, no quiero ser tú. Quiero ser yo,
hacer lo que hago, y estar tranquila. Quiero que me trates como a una persona,
quiero que me hables bien, sin desprecio. Quiero que si estoy en el médico y te
expreso mi INTENSO DOLOR (que me he estado callando y aguantando), me trates
bien, de manera profesional, y abandones tu papel de ‘camerunesa tratando a
blanca débil’; que no perciba claramente ironía en tus comentarios, que no me
digas que soy como un bebé, PORQUE NO LO SOY. Hay cosas que no. Yo me callo, me
callo mucho. Me callo por respeto, por prudencia. Porque sé que soy yo la que
he venido aquí, a tu territorio, porque aún tengo que seguir tanteando el
terreno. Me callo, aunque tengo muchas cosas que decir, pero me callo. Por no
hacerte daño, por no herirte. Y tú no te callas nada. Pienso a veces que es
parte del esfuerzo que tengo que hacer, que en el fondo es el ‘carácter camerunés’.
Pero me niego. Me niego porque veo que eso es una excusa, una excusa que se
ponen ellas/os y me pongo yo misma; me niego porque ya he conocido a muchas
personas (por mi fortuna y esperanza) que no son así, siendo cameruneses. Que
respetar y tratar con cariño a la gente no es una cuestión de nacionalidad,
sino de actitud. Y que ya vale de justificarlo todo. Que yo me esfuerzo para
quien también quiere esforzarse y cambiar. Que yo no voy a trabajar con muros.
Con mujeres testarudas que se piensan que poseen la razón absoluta, con hombres
intransigentes y machirulos. No trabajo con gente así, sean blancos o negros,
africanas o europeas/os. Hay cosas que no, y aquí yo tengo la sartén por el
mango. El límite lo pongo yo. Y no quiero entrar en tu juego, en el que tendría
muchas fichas que mover a mi favor. Pero paso, no me compensa. No me merece la
pena, no es ésta la partida que quiero ganar.
Es difícil, ¡eh! No creáis. Ver
que lo estás dando todo por alguien que no quiere ni está dispuesta a mover su
gordo culo, que justifica lo que le rodea con ese ‘es nuestra cultura’,
mientras te admira odiándote. No, perdona. Hay cosas que no. Cosas que no
pienso tolerar, que no me merecen la pena. Cosas que no me ayudan, que me
dificultan, que hacen daño. Cosas en las que no me merece la pena reparar lo
más mínimo. El respeto es mutuo. Si no te interesa a ti, no insisto, porque hay
personas que están esperando deseosas una oportunidad de cambio, un apoyo
externo, como el que puede ofrecerle un trabajo y una implicación como la mía.
De entre todas las personas, voy a montarme en la barca sólo con quien esté
dispuesta/o a remar conmigo. No pienso llevar a nadie en mi barca, como un
bulto de equipaje, mientras yo remo dos veces. Esto es un trabajo cooperativo.
Así hemos de entender la cooperación internacional. Si tienes un brazo, remas
con tu brazo, pero remas. Porque puedes hacerlo y has de aprovechar tus
oportunidades, sin ya entrar en lamentaciones comparativas.
Comparar y lloriquear, no.
Comparar, como conocimiento de que existe otro horizonte al que aspirar, por
medio del esfuerzo y el trabajo, sí. Ahí ayudaré. Mostraré mi apoyo para quien
quiera lograr sus objetivos y se encuentre dificultades añadidas. Para quien
salte y no llegue. Para quien de verdad quiera. Ahí sí. Ahí contad conmigo,
seguid contando conmigo. Nous sommes ensemble. We’re together. Claro. Pero no a
cualquier precio. Porque así mi intervención es más justa. Sin tonterías.
Sigo encontrando guías, modelos,
ejemplos,
esperanzas en personas que sí
quieren, que
se esfuerzan, que luchan, pese a
todo lo que
tienen encima. Sigo encontrando
motivos.
Y aquí sigo.
Gracias, mi familia. Lejos y tan
cerca.
Gracias por las llamadas, por los
mensajes
de apoyo y de cariño, por el
arropo.
Gracias por entender mis decisiones,
por
superar cada día difícil y seguir
a mi lado.
Gracias, porque consigues que me
acuerde
sólo de los buenos momentos, y
recuerde
amaneceres soleados de sábanas
blancas con
melenas al viento y golpecitos en
el pecho.
Y eso aquí, es mucho. A veces me
da la vida.
Fuerza, ánimo.
Sigamos en ello, cada cual en su
pequeña gran
lucha diaria. Siempre superándolo
todo, porque
es la única opción de seguir
adelante. Porque
detrás no queda nada. Siempre
adelante.
Mucho amor y cariño
-Isa-