lunes, 23 de diciembre de 2013

Hay cosas que no



Me resulta necesario escribir para recordar,
para informar a quienes no vivís aquí ahora,
para no olvidar quién soy y no perderme en
el camino, entre vaguedades y palabras abstractas.

Porque vivo en lo concreto, en un día a día
que a veces me pesa mucho, como aplastándome
la espalda contra el suelo, como azotándome
cada cierto tiempo, machando mi fuerza.

Escribo porque vivo sensaciones nuevas,
descubriendo que aún es más complejo, que la
lucha tiene nuevos frentes abiertos, que según
con quién me relacione, me cambia el universo
momentáneo que me envuelve.



Hay cosas que no, perdona.
 
Soy blanca, pero no soy gilipollas.
Así termino concluyendo mentalmente muchas
de las situaciones rutinarias que me pesan, como
para posicionarme en este caos, para que no me
trague el monstruo de la corrupción camerunesa.

Llegas como voluntaria a un terreno que necesita ayuda externa para seguir conquistando derechos sociales, humanos. Haces un trabajo profesional cada día, trasciendes la línea de la ‘buena voluntad’ aplicando criterios y metodología de trabajo bien hecho. Cargas sobre tus costillas todo el peso que supone dejar tu vida, tu rutina, tu gente amada, tus apoyos, tus comodidades y tus hábitos (de alimentación, de higiene, de salud más básicos). Cargas con una CARGA (redundancia modo on) económica inmensa, te quedas a cero en dinero, empleando todo lo que tenías ahorrado de tus trabajos y fatigas anteriores, por realizar algo que consideras justo, necesario. Piensas que lo que te mueve es más grande que la angustia que te pueda producir volver a España y buscar corriendo un curro nuevo para seguir sobreviviendo. Cargas a veces con las palabras y comentarios de crítica, del tipo: ‘chica, teniendo trabajo aquí, vas y lo dejas todo, pierdes toda tu pasta, para luego seguir buscándote la vida…’ (Bueno, de éstos últimos cargo poco, me deshago pronto. Pero están). Cargas y asumes también el contraste cultural (a veces muy intenso), el impacto de una rutina radicalmente distinta a la tuya, una escala de valores que, aunque te punce por dentro, tienes que tolerar desde el momento en el que decides aterrizar en este terreno (tolerar, y luego dentro, ir intentando aportar aquello que puedas, pero tolerar). Cargas con el cambio climático, con un calor que desde las siete de la mañana te hace sudar chorros (y digo chorros, no exagero), y hace que tengas las manos, los pies y las piernas hinchadas y doloridas como una embarazada, y te quema e irrita tu blanca piel, nada acostumbrada a estas presiones. Cargas con las decenas de picaduras de mosquito que te molestan cada noche, y lo acabas tolerando como una ‘minucia’ dentro de todo con lo que tienes que cargar. Cargas con los desarreglos gastrointestinales, con las diarreas agudas (que, para las/os viajantes de estos mundos, acaban siendo naturalizadas, pero que duelen y revientan como una paliza en el estómago, cada una de las diarreas, cada diez minutos, durante no se sabe cuánto tiempo), con las fiebres tifoideas y con otras enfermedades derivadas de tu decisión de estar aquí. Cargas con la obligación de adaptarte a todo lo que te envuelve, lo que rodea tu vida aquí, de esforzarte de forma constante por no tirar la toalla ante las cincuenta situaciones que vives cada día y que te van quemando por dentro. Tengo que adaptarme, de acuerdo. Pero… ¿a todo? ¿Dónde está el límite? Porque lo hay. ¿Quién soy yo aquí y hasta cuándo, con cuánto más se puede cargar? Perdona, pero hay cosas que no.

Desde el momento en el que decido venir, asumo que es y será difícil, en distintos planos y a distintos niveles. No es la primera vez que viajo para hacer algo así, y ya sé el esfuerzo que tengo que hacer para poder vivir disfrutando de la experiencia. Claro que cargo con todo lo que ello conlleva. En realidad, me quejo muy poco. Asumo los gastos, el cambio cultural, la pobreza, las dificultades en mi rutina, el echar de menos, la falta de apoyo (a muuuuuuuuuuuchos niveles), la ausencia de comodidades, el calor, el trabajo duro y difícil sobre el terreno… asumo mucho y aprendo de ello. Todo eso son consecuencias de una decisión mía, una decisión libre que tomé en su momento: realizar un proyecto educativo en Camerún y coordinarlo durante nueve meses a través de una organización internacional joven y sin gran experiencia en terreno. Hasta ahí, supero la montaña de dificultades diarias para seguir luchando por mi objetivo y decir que no me arrepiento, es más, que aquella decisión es una de las mejores que he tomado en mi vida. Lo supero todo, y me alegro, agradezco la posibilidad de poder estar aquí trabajando por lo que lo hago y aprendiendo tanto de la vida.

Pero, como vengo diciendo, hay cosas que no. O pones límite o esto es un cachondeo. (Menuda novedad, ¿verdad? Ya, pero desde ahí sentada/o todo se ve más claro y más fácil, y estando aquí son muchas las emociones y sensaciones las que se te mezclan, y tomar decisiones con la cabeza fría se vuelve un reto). Una puede venirse al sur un mesecito o quince días sin que le pese, o sin notar apenas esto que intento expresar. Una puede conservar sus ciertos prejuicios (de los que no se es a veces muy consciente) sobre el pobre mundo negro, colonizado y esclavizado, y asumir por ello actitudes, situaciones y comentarios que no le pertenece asumir. Pero eso sólo dura cierto tiempo. Si te planteas vivir aquí, hacer de esta tu rutina, construír de la mano de la población local, entonces… mucho has de cambiar necesariamente para sobrevivir (sobre todo, emocionalmente).

La pluralidad de personas y de forma de concebir la presencia blanca es inmensa, casi tanto como distintas somos las personas blancas que estamos aquí. Entiendo que la historia duele, la sangre derramada duele, la injusticia duele (y por eso estoy aquí, vaya). Entiendo y hago mía esta lucha, como si mi propia familia hubiera sufrido en sus carnes aquella explotación colonialista. Porque lo siento como propio, porque mi sentimiento universalista supera la azarosa situación de haber nacido en una tierra o en otra. Y hay muchas personas blancas aquí que siguen el hilo de aquella colonización, que son neocolonizadores económicos, explotadores de recursos y de trabajadores/as. Hay empresarios blancos que se mofan de sus dominios en el África Central, perpetuando una dolorosa relación de poder. Pero ojo, que ya sabemos de qué va el tema. Y son muchos años (no míos, pero sí comunitarios) de experiencias de cooperación internacional frustradas por corruptos poderosos negros, dictadores opresores y asesinos de sus pueblos hermanos. Ya superamos el mito del ‘buen salvaje’, ya lo superamos afortunadamente. Y sabemos que blanco o negro da igual, que lo que nos enseña la historia no habla de colores de piel (quiero decir, recientemente), sino de relaciones verticales de insolidaridad y autoritarismo, corrupción extrema y violencia militar, económica. Que lo mismo da un blanco asesino que un negro asesino. La piel no es la cuestión aquí.

La piel no es la cuestión, digo, y así me refuerzo esta idea cuando logro vínculos con personas locales, cuando hago nuestra (blanca y negra) la lucha, cuando compartimos la indignación y la conciencia de injusticia y caminamos de la mano para sembrar un cambio social. Cuando nos comportamos como personas, como una ‘especie única’, en busca activa de una transformación real de la realidad. Pero mi día a día me enseña, a golpe de latigazo sobre mi blanca piel desnuda, que la piel sigue siendo una barrera para quien no quiere ver más allá. Y me duele. He asumido con la mayor de las dignidades, que las distintas situaciones me han permitido, ciertos comentarios y actitudes que ahora considero intolerables. Los he asumido, pienso, sobre todo, por ignorancia. Por mi prejuicio semiinconsciente de pobre mundo negro, colonizado y esclavizado. Me he puesto por debajo, como asumiendo una falsa culpa de alguien que ha torturado y al que ahora le toca asumir consecuencias de un justo juicio. Hasta que he dicho basta. Porque hay cosas que no.

Hay cosas que no, porque ni yo soy un colono inglés ni tú eres un esclavo sometido a mi poder. Porque yo estoy aquí ahora, y no podemos borrar la historia, igual que no podemos recuperar a nuestros muertos por la Guerra Civil española. Pero podemos subsanar los males, podemos seguir hacia delante, joder. O eso, o nos seguimos liando a machetazo limpio, raramente disfrutando al ver cómo corre la sangre del contrincante por nuestra tierra roja. Y yo no quiero eso, no quiero más sangre que la menstrual. Y por eso estoy aquí. Mi actuación es valiosa, mis principios son legítimos, y no he venido a imponer nada. Me he preparado mucho, no soy una novata ciega (o no novata del todo, vaya), quiero hacer las cosas bien. No vengo a enseñar autoritarismo, no creo que venga de un mundo mejor, no me considero mejor persona por hacer lo que hago ni por venir de donde vengo. No tengo, o intento evitar tener, sentimiento maternalista, ni pienso que nos necesitéis (a nosotras las blancas/os) para sobrevivir. Sólo estoy aquí porque pienso (y porque HE CORROBORADO POR EXPERIENCIA DIRECTA, en muchos casos) que el apoyo mutuo es básico para seguir reduciendo daños evitables y aumentar alegrías y bienestares. Y por eso, porque mis decisiones y mis actos son legítimos, porque no tengo INTERESES de ningún tipo mientras actúo aquí (mi mayor interés es la transformación social), no voy a aceptar castigos que no me pertenecen, no voy a asumir errores que no he cometido yo, no voy a pagar como justa por el pecado de otros. Porque soy blanca, soy europea, pero no soy gilipollas, de verdad. Y tengo dignidad, y derecho a que me respeten, con ese respeto mutuo que nos debemos las personas, un respeto igualitario e internacionalista. Y hay cosas que no.

Sé distinguir. Distingo el constante ‘blanche!’ que me persigue por la calle del ‘te voy a timar, blanca de mierda’. Ya vale. Tolero a veces con resignación las burlas diarias de ser una europea en el África negra. Tolero lo que pienso que forma parte inevitable de la experiencia de vivir aquí viniendo de donde vienes. Lo tolero, por necesidad, con cierto humor ácido que me ridiculiza y hace tambalear mi ‘estabilidad’ momentánea. Tengo paciencia, una paciencia enorme. Una calma interior que me permite seguir sonriendo asertivamente hasta en momentos que no lo merecen. Tolero, tolero muchas frustraciones, trago mucho. Por eso hasta a algunas/os les parece fácil mi situación aquí, confundiendo el no lloriquear constantemente con el aguantar con estoicismo. Todo prejuicios. Y ya basta de algunas cosas, ya basta de faltar al respeto, ya basta de verme como un mero trozo de carne blanca. Hay cosas que no.

Sin ahondar mucho en el porqué (que a veces me lo imagino, otras me lo justifico con hechos), lo cierto es que hay personas que me tratan, no como individua, sino como mera carne, carne blanca. Y al igual que me parece denigrable alguien que lo haga con otra persona (véase el caso más claro: hombre que trata a mujer como trozo de carne utilizable), comienzo a ver lo denigrable que es que me traten así a mí misma. En una es más difícil verlo, reconocerlo o darse cuenta, pero hay que hacerlo para seguir viviendo, para seguir luchando por cumplir mi objetivo, que es completar lo que he venido a hacer aquí. Y hacerlo bien. Basta ya de dirigirse a mí como si fuera una millonaria explotadora abusiva. Basta ya de tomaduras de pelo, una y otra vez, cada día, en cada tienda y en la misma a todas horas. Basta ya de gritarme por la calle EXIGIENDO que te dé dinero o cosas, como si te debiera algo. Basta ya de agarrarme del brazo y querer comprarme. Basta ya de tratarme como una blanca débil e inútil que no sabe lo que es la vida. Basta ya de ridiculizarme porque me ponga mala si bebo agua de tu país. Basta ya de tus prejuicios hacia mí, basta ya de que pienses que por ser blanca soy odiosa. Basta ya de reírte de mí cuando te digo que me duele cómo me hablas o cómo te diriges a mí. Basta ya, joder.

NO. NO SOY CAMERUNESA. NO SOY AFRICANA. ¿Pero alguien me ha preguntado acaso si quiero serlo? NO, no quiero ser nada de eso. No quiero ser lo que no soy, no quiero ser tú. Quiero ser yo, hacer lo que hago, y estar tranquila. Quiero que me trates como a una persona, quiero que me hables bien, sin desprecio. Quiero que si estoy en el médico y te expreso mi INTENSO DOLOR (que me he estado callando y aguantando), me trates bien, de manera profesional, y abandones tu papel de ‘camerunesa tratando a blanca débil’; que no perciba claramente ironía en tus comentarios, que no me digas que soy como un bebé, PORQUE NO LO SOY. Hay cosas que no. Yo me callo, me callo mucho. Me callo por respeto, por prudencia. Porque sé que soy yo la que he venido aquí, a tu territorio, porque aún tengo que seguir tanteando el terreno. Me callo, aunque tengo muchas cosas que decir, pero me callo. Por no hacerte daño, por no herirte. Y tú no te callas nada. Pienso a veces que es parte del esfuerzo que tengo que hacer, que en el fondo es el ‘carácter camerunés’. Pero me niego. Me niego porque veo que eso es una excusa, una excusa que se ponen ellas/os y me pongo yo misma; me niego porque ya he conocido a muchas personas (por mi fortuna y esperanza) que no son así, siendo cameruneses. Que respetar y tratar con cariño a la gente no es una cuestión de nacionalidad, sino de actitud. Y que ya vale de justificarlo todo. Que yo me esfuerzo para quien también quiere esforzarse y cambiar. Que yo no voy a trabajar con muros. Con mujeres testarudas que se piensan que poseen la razón absoluta, con hombres intransigentes y machirulos. No trabajo con gente así, sean blancos o negros, africanas o europeas/os. Hay cosas que no, y aquí yo tengo la sartén por el mango. El límite lo pongo yo. Y no quiero entrar en tu juego, en el que tendría muchas fichas que mover a mi favor. Pero paso, no me compensa. No me merece la pena, no es ésta la partida que quiero ganar.

Es difícil, ¡eh! No creáis. Ver que lo estás dando todo por alguien que no quiere ni está dispuesta a mover su gordo culo, que justifica lo que le rodea con ese ‘es nuestra cultura’, mientras te admira odiándote. No, perdona. Hay cosas que no. Cosas que no pienso tolerar, que no me merecen la pena. Cosas que no me ayudan, que me dificultan, que hacen daño. Cosas en las que no me merece la pena reparar lo más mínimo. El respeto es mutuo. Si no te interesa a ti, no insisto, porque hay personas que están esperando deseosas una oportunidad de cambio, un apoyo externo, como el que puede ofrecerle un trabajo y una implicación como la mía. De entre todas las personas, voy a montarme en la barca sólo con quien esté dispuesta/o a remar conmigo. No pienso llevar a nadie en mi barca, como un bulto de equipaje, mientras yo remo dos veces. Esto es un trabajo cooperativo. Así hemos de entender la cooperación internacional. Si tienes un brazo, remas con tu brazo, pero remas. Porque puedes hacerlo y has de aprovechar tus oportunidades, sin ya entrar en lamentaciones comparativas.

Comparar y lloriquear, no. Comparar, como conocimiento de que existe otro horizonte al que aspirar, por medio del esfuerzo y el trabajo, sí. Ahí ayudaré. Mostraré mi apoyo para quien quiera lograr sus objetivos y se encuentre dificultades añadidas. Para quien salte y no llegue. Para quien de verdad quiera. Ahí sí. Ahí contad conmigo, seguid contando conmigo. Nous sommes ensemble. We’re together. Claro. Pero no a cualquier precio. Porque así mi intervención es más justa. Sin tonterías.


Sigo encontrando guías, modelos, ejemplos,
esperanzas en personas que sí quieren, que
se esfuerzan, que luchan, pese a todo lo que
tienen encima. Sigo encontrando motivos.

Y aquí sigo.


Gracias, mi familia. Lejos y tan cerca.
Gracias por las llamadas, por los mensajes
de apoyo y de cariño, por el arropo.
Gracias por entender mis decisiones, por
superar cada día difícil y seguir a mi lado.

Gracias, porque consigues que me acuerde
sólo de los buenos momentos, y recuerde
amaneceres soleados de sábanas blancas con
melenas al viento y golpecitos en el pecho.
Y eso aquí, es mucho. A veces me da la vida.

Fuerza, ánimo.
Sigamos en ello, cada cual en su pequeña gran
lucha diaria. Siempre superándolo todo, porque
es la única opción de seguir adelante. Porque
detrás no queda nada. Siempre adelante.

Mucho amor y cariño

-Isa-

domingo, 15 de diciembre de 2013

Por las niñas/os que no saben jugar.



Me cuesta, desde aquí, organizarme en pensamientos,
trasladar a palabras las emociones que me acompañan.
Me digo: “cuenta, explica, escribe”; como sabiendo
que si no, puedo llegar a aislarme, por ser tan distintas
las dos realidades, los dos mundos que ya conozco…
y porque sé que, si lo dejo, cada vez será más grande
el abismo, y más grande el esfuerzo por intentar superarlo.
Así que, me siento un rato, y escribo, con música bailonga
de la boutique de al lado como fondo. Hoy no llueve.

...
 
“Vivo mucho, siento mucho. A veces,  muy rápido.
Mucho en un período de tiempo muy corto. Respiro.
Las imágenes de un bebé de menos de dos meses en mis brazos
se me mezclan con las de mujeres bailando al son de tambores,
o con las de un espacio sagrado, de sacrificios, en el cual me
adentro con admiración y curiosidad, respeto. Un lugar donde
no existe el tiempo, donde el agua corre entre rocas enormes, un
agua de la cual, si bebes, estarás protegida por las divinidades
de esa tierra, si tienes el ‘espíritu limpio’…

Estoy viviendo algo grande.
Como las locas o las genias, ya no sé bien diferenciar.
Pero me siento en un momento especial.
Podría atreverme a decir que nunca había sentido algo así,
algo como esto.

Han pasado ya más de tres meses desde que pisé esta tierra,
desde las primeras lluvias y los primeros encuentros. Más
de tres meses de los abrazos madrileños del aeropuerto…
Tres meses en tiempo, en calendario. Tres meses en número.
Pero bien puedo decir que he sentido pasar una vida. Esta
experiencia no se mide en números, no se mide en tiempo.
Se mide en momentos, en energía, en sensaciones, emociones.
Estoy viviendo una vida nueva. Y a partir de ahora quiero que
en todos mis momentos, desaparezcan los números, el tiempo.
Quiero colmar mi vida de presentes, de presentes continuos.

Soy una nueva, soy otra.
La misma, crecida.

Dejo que me fluyan las palabras,
no quiero sentarme a analizarme, a repensarme,
no quiero repetirme, quiero seguir fluyendo.
Aquí todo fluye, casi por supervivencia, pienso.
Cuestión de ritmos. El latir es diferente.

Conozco a gente maravillosa, fuerte, sabia.
Me planteo el porqué de la existencia -¡novedad!-,
me planteo cosas todo el tiempo en términos últimos.
Absolutos, primarios. Como remover la tierra para
sembrar patatas antes de recolectarlas. Mujer rural.

Vivo en extremo, pero siento irónicamente una calma
que no creo haber sentido antes. Una calma nueva,
una tranquilidad en los adentros. Mientras descanso
un poco el cuerpo, sentada en el suelo.
Vivo mucho pero estoy tranquila.

Tengo temores a veces a estallar de alguna forma
incontrolable para mí.
Pero miro a las mujeres que me rodean y calmo.
Nada es insuperable.

Todo pasa, la fuerza es necesaria.
La perseverancia y la entrega son máximas que han de
acompañarme en cada momento.
Hay fuerza en cada paso. Soy fuerte.

Los apoyos llegan, pienso que estoy muy bien arropada.
Lo siento, siento mi gran fortuna
Y eso me da más ánimos para generar esto que considero
bueno, positivo. Para extender el cariño y las sonrisas
y reducir las violencias y los llantos. Para generar vida.

No sé cómo emplear el lenguaje, mezclo idiomas,
invento palabras, se me olvidan otras… río. Mucho.
El lenguaje me falla, vale. Pero siento que estoy
empleando el tiempo de esta mi –inexplicable- vida
de la mejor manera que podría hacerlo: viviendo,
y ayudando a vivir. Y de la mejor forma que sé.

Si me fallan las tácticas, o las herramientas para
seguir haciéndolo bien, no es porque no quiera,
es porque tengo aún mucho que aprender…
Y sigo aprendiendo a cada paso, porque esta
realidad me mantiene alerta, a un tal nivel de presión constante
(sin descanso), que me obliga a adaptarme, reajustarme e
incluso reinventarme. Y cada vez me redescubro, me conozco
más, me conozco mejor.

Y os digo, sin temores, que me siento orgullosa, orgullosa
de mí, de mi trabajo, de lo que hago y de lo que decido deshacer.
Con un orgullo necesario para seguir adelante,
me reconozco trabajando bien, y gestionando con
‘cordura’ todas las emociones que me rodean. Y no es fácil.
Cuando me faltan abrazos, me abrazo yo. Porque no quiero detenerme.
También a esto he aprendido. Saber y defender en hechos lo que
pienso que es justo: no sólo para las/os demás, sino para mí también.
Y a veces, para mí la primera. Porque sin un ‘yo’ que construya
no hay construcción posible. Sólo fango.
Aprendo a vivir.

Siento que estoy en el lugar correcto haciendo lo correcto.
Me siento feliz, tranquila.”


Viernes, 29 Noviembre.

(…) “Ya ha llegado la noche a Balessing. Son en torno a las 18.40h.
Veo mi ropa tendida en el balcón: tres camisetas, ropa interior, un
pantalón corto, y un pañuelo. Es ropa vieja para mí. Ropa vieja que
traje, seleccionada de entre toda la que tengo, especial para este viaje.
Para mí aquí es como ropa nueva. Ropa para usar. Usar y lavar, y
quedar como nueva. La ropa. Qué importancia absurda se le da desde
ese otro mundo. Qué trampa. (…)

Camino mucho por esta tierra, rodeada de verdes de muy distintas
tonalidades. He distinguido más de cinco verdes en un trocito de
montaña: creo que estoy avanzando. Esta tierra, tierra de verdes, y
de pobreza. Veo a muchas personas... (…) Siento que estoy creciendo
deprisa, a fuerza de realidad, tal y como aprenden las niñas/os aquí.
Aprenden a vivir entre gritos, sed y hambre, dolor físico, frustración,
humillación, trabajo y tristeza. Y, aun con todo, sacan fuerza para
ser, cuando el adulto no les mira, un poco niñas/os. Bueno… eso
algunos/as. Otros venden clínex en las estaciones de autobuses.
Se acercan, una y otra vez. Con barreños en sus cabecitas, llenos de
plásticos que embalan quizás chocolatinas, quizás cepillos de dientes.

¿Por qué? ¿POR QUÉ? Cómo me duele… ¡Cómo me duele...!
Miradas de piedra, miradas de piedrecitas. Algunas se asoman una y
otra vez. Me traspasan, me punzan. Un paquete de clínex, 100 francos.
Muchos pequeños, niños, corren con carros llenos de cosas. Transportan...
‘es normal aquí’, hay que ganarse la vida, hay que sostener la familia.
Las niñas, pequeñas, cuidan mientras de sus familias, trabajan en el campo
o limpian las casas. Los roles ya están definidos: poco queda por decir.
Un complejo de vida cerrado. Donde todo funciona,
aunque no funcione bien. (…)


Lunes, 2 diciembre:

(…) Las niñas/os no juegan. No saben jugar. Les dejamos tiempo de ocio
que no saben gestionar. Sólo miran, como esperando una orden, una dirección.
La canción que les viene a la mente cuando les pedimos que nos enseñen una
que conozcan es el himno nacional. Tienen de tres a cinco años. El himno nacional.
Todo en ellos/as está modelado, su camino trazado. Les dicen cómo correr, cómo 
sentarse, como andar, cómo amar, cómo vivir. Cómo estar en silencio, cómo no 
preguntar, cómo asumir y cómo resignarse. Mis bebés, mis pequeñinas/es...

Esos pequeños soldados
al que no les han instalado el botón de ‘infancia’. Qué duro. Qué dura
la instrucción militar… ¡si pudierais verlo…! Qué duro la falta de derechos,
el pisoteo del desarrollo individual, creativo, libre. Qué dura la tristeza y
el miedo que se palpa y se mastica, denso, en el ambiente asfixiante del
aula escolar. (…) Y en la casa es peor, tantas veces.

A veces me cuesta querer seguir sabiendo. Relleno los documentos con
las directoras y no sé si quiero seguir sabiendo el historial personal de
cada niña/o. No sé si quiero seguir conociendo, no vaya a ser demasiada
información como para que pueda tolerarla. ¿Mi estrategia? La que aprendo
aquí: supervivencia. Sangre fría y alejar emociones demasiado fuertes:
asumo, casi robótica, que la mayoría de las niñas/os sufren un maltrato
físico y psicológico en casa y en el colegio… asumo que el maltrato se
extiende de forma sistemática a la mujer (niña y mujer), sin derechos
reconocidos pero con todas las obligaciones pensables… asumo que ellas
luchan, trabajan dentro y fuera de la casa, pelean por llevar a sus bebés a
la escuela (esa escuela desgraciada), mientras su marido se emborracha
con lo poco que gana y maltrata doblemente a su cónyuge, sin reservar
dinero para nada (ni comida, ni escuela). Asumo la falta de recursos, de
recursos básicos. Asumo la desigualdad de oportunidades. Asumo, a veces,
demasiado. 

Pero soy responsable, pienso. Y aprendo a hacerlo, aprendo a asumir
la realidad, casi la tarea más dura cuando te planteas en serio comprender
el mundo. Y pienso: si ellas lo asumen, yo, que estoy de su lado, tengo
que hacerlo. Porque camino con ellas.

Aunque no quiera saber, ya sé. Sé mucho, sé demasiadas cosas, manejo
demasiada información como para detenerme. Ahora sólo puedo seguir
avanzando. Y respirando. Y construyendo… Porque tengo ejemplos.
Y tengo la fuerza. (…)


Domingo, 8 de diciembre

(…) Ciertamente, hay dos historias.
Países colonizadores y colonizados. Hoy seguimos viviendo de antes.
Todo sigue. Y aquí ellas y ellos lo saben. No están ciegos. Sólo esperan.
Y, esperando, unas/os construyen, y otras/os tienen miedo. Un miedo
político. De tortura y represión. Consentida y aceptada. Ellas y ellos
lo saben, y nos juzgan también. Juzgan y saben. Nos miran.

(…) ¡Pero cómo puedo aprender tanto! ¡Cómo puedo vivir con esta
intensidad de persona despierta! ¡Cómo puede existir lo que existe, lo
que hay! (…) La vida me saca sus colores y matices cuando un niño
de un orfanato me toma la mano y camina a mi lado, hablándome pausada
y cariñosamente. Cuando sonríen, transformando esos cristales en ojos.
¡Me enseñáis tanto! (…) Yo sé que todo puede cambiar si una quiere.
El esfuerzo merece la pena, ganas en confianza y fortaleza… y eso te
permite seguir volando. (…) Aprendo, puede que no aprenda datos,
que no acumule conceptos… pero aprendo vida práctica, aprendo otras
formas, otros modos de sentir, de relacionarme y moverme por la tierra.
Vivo en contrastes.
(…)

-------------------


Y, aunque eche de menos, sé que es normal.
Y no tengo miedo, me siento fuerte.
Siento que cada vez estoy más cómoda con mis actos.
Mi mundo, interior y no interior, se expande.
Me siento más una, más sabia.

Y cuánta gente maravillosa conozco.
Es una locura saber que puedo compartir mi vida con ellas/os,
con vosotras que me leéis, aunque sea un poquito.

La vida es un regalo, y lo veo aquí con más intensidad.
Estoy agradecida sólo por haber sentido lo que siento,
por haber tenido ocasión de elegir. oportunidades,
como una que es lanzada a vivir, como una
arrojada a la existencia.

Pienso, y a veces siento… y entonces, dejo de pensar.
Y sintiendo la magia del corazón de la zona rural
me dejo llevar y me hago grande... por momentos...
Y valoro, admiro. Siento admiración y respeto.
Y siento mucho cariño.

Quiero que la fuerza, en mí también, continúe,
para poder seguir construyendo, para no cesar,
Para crecer a cada instante, para trabajar,
para levantar sonrisas y apagar violencias.

Quiero llegar al lugar que quiero llegar,
lejos, o cerca, pero llegar bien.
Quiero seguir centrándome en lo importante,
y seguir esquivando y superando lo secundario,
lo dañino o lo corrosivo.

Quiero llegar al centro, para expandirme.
Y expandir lo bueno.

Mi vida es mi agradecimiento por lo que soy y tengo.

Yo lucho y trabajo para y por la gente buena,
la que merece la pena. Porque de verdad siento
que lo que vivo y lo que veo no es justo,
NO ES JUSTO. Y no quiero que siga así.
Al menos lo estoy intentando, y sé que estoy
en la línea adecuada. Las niñas/os y mujeres
necesitan agua en la zona rural del país, es cierto.
Yo no puedo construírles pozos. Pero puedo hacer
que la espera sea menos violenta.
Se lo merecen.


Hay esperanza. Y está en nuestro trabajo,
en las manos de cada persona, que decide
en qué emplearlas.

... Y ya sabemos que lo bueno no se puede pagar con dinero,
pero aprendo también a que tampoco se puede vender...


Gracias por estar a mi lado.
Os quiero, te quiero.
-Isa-