miércoles, 30 de octubre de 2013

Lo que te enseña un mercado...

“Y busco referentes en cada momento.

Siempre referentes. Siempre los encuentro.

De aquellas y aquellos que lo consiguen cada día,

Que consiguen caminar, superando problemas y

Dolores de esos que dejan cicatrices en la mirada…

transformando su tristeza en fuerzas para seguir.



Y lidio ya con hábito y rutina ciertas situaciones.

Aunque una no deja nunca de cuestionarse mil cosas.

Pero me fortalece el día a día, me fortalezco,

Por supervivencia o adaptación, por necesidad,

Porque quiero continuar haciendo lo que hago,

Y trabajar de la mejor manera que pueda, dado este

Contexto, dados mis medios… dado el presente.



Y claro que flojeas por ratitos. Pero el día es muy

Largo, y la recompensa de la noche de antes de ir a

Dormir, recién refrescada por unos trozos de piña

Y papaya local, y tumbada bajo la mosquitera de cuento

De princesas, es enorme. Y agradeces como regalo

Los cubos de agua fría que te sirven de ducha.



Y cuando vas cargada, pesándote el cuerpo,

Zambullidos los pies (y sucios de barro los gemelos)

En esa tierra movediza bajo una lluvia que cala,

Y de pronto ésta se vuelve más suave, hasta casi ni sentirla,

Sonríes como si no hubiera nada mejor que pudiera pasarte.

Claro que cambian tus percepciones, cómo no…



Y una llamada de teléfono puede hacerme

Sentirme más tranquila, sentirnos cerca,

Sentir que el cambio que estoy viviendo

Tiene sentido, y querer compartirlo.

Y un abrazo amigo me devuelve al presente.

Griterío y sonrisas de mis peques.



Y miro el pañuelo de mi mano izquierda,

y siento fuerza. Como un símbolo que me

agarra al momento actual, como un torbellino.

Y me cuido, me sonrío. Me cuido mucho.

Como chocolate camerunés con cacahuetes,

Un pilar base de la nutrición local.

Los cacahuetes, digo.”




En el Marché de Bonamoussadi hoy hay más gente que otras veces. Es Sábado por la mañana y muchas mujeres vienen a comprar. A comprar para el día. Unos tomates, un par de cebollas, algo de ‘condimento verde’, y unos cubitos Maggi. Sí, claro, era verdad la leyenda de los Maggi en el África central, ya lo sabíamos…



La globalización deja de ser una teoría cuando te mueves por el mundo y la compruebas a cada instante. Podría hacer una lista, más allá del ya asumido dominio global de CocaColaCompany y la Nestlé… Pasando por Palmolive-Colgate, Nivea, Inditex (Zara, Stradivarius,etc.) y llegando A Vino Tinto el Tío de la Bota… puedes ver un motocarro que repone en las boutiques el detergente Ariel mientras pasas al lado de un gran edificio estilo centroeuropeo de la gran compañía Orange. (Los colonos tenían que dejar su impronta, no podía ser de otro modo). No sé. Quien no se hubiera imaginado un Zara en el centro de una ciudad del Áfrika Subsahariana como Douala es que no sabía que lo de la globalización iba en serio. Supongo.



Bueno, volvemos al mercado. El mercado, como todos los mercados de las grandes ciudades africanas (según se ve por lo que decimos todas/os las viajeras/os) es un foco de contrastes, reflejo de la misma sociedad, definida por ser un permanente flujo de contrastes también. Los puestos de frutas y verduras se entrecruzan con los de peluquerías y ‘droguerías’ donde puedes encontrar tu desodorante Sanex favorito (si eres pudiente, claro… porque el precio de los productos europeos sobrepasa la media de los bolsillos populares)… Lo de las peluquerías es para comentarlo en otro momento. Merecería un especial a parte. El pelo europeo es guay y los peluquines y pelucones de imitación a nuestro pelo se cosen a los ricitos africanos para lucir una cabellera muy apreciada aquí. Un pelo artificial que se cortan y tiñen como si fuera propio. Por fortuna, pienso, muchas mujeres emplean esas extensiones de pelo de plástico para hacerse esas trenzas multicolores que tanto me encantan y son tan propias de la zona. Cosas de mujeres, claro.



Andando entre el suelo embarrado y los pasillos angostos me pesa el calor mezclado con ese olor indefinible, como de carne de tres días fuera de la nevera y zumo de uva. Entre los sacos de patatas y los hombres empujando carretillas abarrotadas que te aprietan contra mujeres robustas me mareo un poco, mientras sigo caminando. Hay mucho ruido, en cada puesto las mamás me llaman, a veces agarrándote. Quieren que compre en su puesto. Oigo ‘blanche’ tres veces a cada tres pasos que doy. Estoy cansada, quiero comprar e irme. Quiero pasar desapercibida. Vamos, quiero lo imposible… Así que, respiro hondo, y tranquila sigo el recorrido laberíntico con calor de sauna. Y pienso en el paso a paso. Superando agobios, centrada en el momento.


Soy un billete con patas. Me pese, me enfade, o lo que sea. Me parezca repugnante, o desprecie la situación económica global. Da igual. Lo que yo piense no importa. Que yo en Europa sea de la clase media o sea muy rica no importa. Que estar aquí me esté costando mucho dinero y esfuerzo y no pueda permitirme más que lo justo no importa. Importa el color de mi piel, importa mi condición de blanca, de la que no me puedo desprender, a la que estoy atada. Las mamás me dicen que compre más, me duplican los precios (o triplican, según la buena fe de la vendedora), porque allí en Europa vivimos a todo tren y  trabajamos cuatro horas en una oficina y cobramos mucho. El prejuicio a lo europeo viene fomentado por los medios de comunicación, y por la realidad misma. No lo culpo. Lo comprendo. Me resigno, aunque siempre intento dialogar, por eso del amor a muchas cosas africanas y el desprecio a las ciertas malas prácticas europeas. Y para evitar hablar de paraísos e infiernos, y compartir una visión de cada zona más real. Quede claro, sobre todo a las personas que aún no habéis tenido la fortuna de vivir en otro entorno: ni esto es el infierno ni allí es el paraíso, ni viceversa. CONTRASTES. Contrastes es la clave. Lo del ' bon sauvage' ya lo superamos y tenemos que ser muy críticas en toda tierra que pisemos. Criticar para construír, para crear, siempre. Quedarnos con la magia y eliminar los tratos denigrantes. ¡Menuda tarea, lo sé! Lo sé, creedme… En ello estoy.



En el pasillo de los pollos el olor se intensifica. Decenas de pollos a cada pasillo hacinados en cajones de madera. Me ofrecen los pollos, cogiéndolos y acercándomelos a la cara. Me ofrecen el más grande. 'Non, merci, merci', y sonrisa rara. Cuando alguien compra un pollo, manteniéndole vivo le enseñan la pechuga a la persona. Si dice que sí, un tajo con cuchillo en seco en la nuca y lo tiran al bidón para que se desangre. El bidón se mueve hasta que el pollo muere. Lo despluman quemándolo y rápidamente: ¡bingo! Pollo en bolsa de plástico listo para llevar. Con el calorcito que tenemos encima, no os digo... Me sorprende lo justo, casi menos violento que las industrias matapollos que hay por ahí desde donde leéis. La filosofía vegana es la que es, no importa dónde. Aquí es otra cosa. Al menos desde la higiene, salubridad y esas cosas. Muy curioso, cuanto menos. Hay que ser fría a veces. Fría o práctica.



No puedo evitar sentirme un poco incómoda por momentos. Pienso que me gustaría fundirme en el negro de sus pieles y dejar de ser lo que soy aquí, en medio del mercado. Me gustaría coger un taxi sin tener que quitarme a varios hombres que me agarran para que me suba en su moto. Estoy cansada y me gustaría pasar desapercibida, desconectar mi diferencia sólo un ratito. Pero no puedo. Lo asumo. Es el precio. El precio. Un precio pequeño, al fin y al cabo. Para el que hay que estar preparada, y para el que tienes que ser fuerte. Pero un mínimo precio comparado a mi fortuna. Y me siento un poco mal hasta por sentir esa ansia por ‘ser normal’ en este entorno, donde yo soy la blanca adinerada que puede decidir por dónde moverse y cuánto quedarse. ¿De verdad quiero fundirme con esta “normalidad”? Es difícil. Sé que vosotras/os sentiríais lo mismo.



Supongo que no me explico bien. No es fácil compaginar los dos mundos que sabes que existen, que vives y sientes, y sabes que son tan diferentes que te parece mentira que compartan un mismo presente. No es fácil asumir la realidad, pero no queda otra, si es que quieres ayudar a cambiarla. Más allá del mercado, de las compraventas y los taxis abarrotados, más allá de los pies descalzos y los 4x4 de lujo, más allá de las cocacolas de 60cl y de los panes con mantequilla, está el presente aquí. Cada mirada esconde tanto. O no lo esconde, lo refleja. Depende. 

El día a día endurece, no es lo mismo mi mirada hacia un problema que su propia mirada. Puede que yo magnifique o ellas/os minimicen, pero el caso es sobrevivir y aquí no hay cuentos que valgan si quieres salir adelante. Y aunque tantas cosas parezcan similares a lo ‘europeo’, una base que diferencia lo cubre todo. Puede que una boda de gente rica de aquí te recuerde a una boda de tu pueblo. Pero la estructura que envuelve a la condición de la mujer aquí, sus límites en su decisión, y el peso del patriarcado tradicional te marcan la clave si rasgas un poco. Hay que rasgar. A veces mucho, para aprender. Y poder mantener una conversación con población local superando diferencias básicas (BÁSICAS) a veces cuesta mucho esfuerzo, pero es clave para seguir aprendiendo. Cuanto más conozca, más acertada será mi intervención, pienso. Y quiero cometer los mínimos errores y aprender lo máximo...






Y las sonrisas siguen siendo la clave,

Mi fuerza, mi apoyo, mi señal

De que estoy haciendo las cosas bien.



Y a veces me gustaría quedarme para siempre,

Pero "siempre" también tiene un fin,

Y asumo que es imposible llegar a todo,

Llegar a todas, a todos.



Y la frustración la voy sustituyendo

Por ganas de construír en el ahora,

El aquí, con este grupo de personas,

Para poder sentar la base, las bases

De algo que considero básico:

El respeto a la infancia, a la integridad

De la niña y el niño, su derecho a disfrutar,

A evitar el sufrimiento innecesario,

Su derecho a ser niña/o. A reír. 



Y son sus ojitos y sus sonrisas las que

Me animan a superar todos los obstáculos

Que vienen de dentro y de fuera,

De una y otra estructura,

De gente que desconoce la realidad

Pero presiona y decide sobre ella,

Influyéndola y empeorándola…



Hay que caminar muy despacio,

Pero caminar sobre seguro.

Y coger fuerza. Cada momento.
 

Aquí todo es muy intenso.

Pero estoy donde tengo que estar.”



Os quiero mucho. Muchas gracias.

Siempre gracias por el cariño que siento.

Estamos juntas/os, ya lo sabéis.

Miles de abrazos.



-Isa-

martes, 8 de octubre de 2013

Desde la zona rural, con los pies embarrados...

Bambi es mucho más que el nombre de un cervatillo.
Eso pensaba mientras me acercaba por el camino embarrado,
levantando con fuerza los pies para evitar que se me quedaran
atascados en esa tierra densa y roja, poco firme, muy espesa.

Allá donde no se ven grandes edificaciones, donde la huella humana
a veces sólo se intuye por la huella de sus pies en esa tierra roja
y blanda, o por los cultivos ordenados a orillas del camino...
Allí donde se acaba un camino, donde hay una frontera, donde llueve
fuerte y duro, donde el paso se hace barro... allí está Bambi.

Todas las miradas se depositan en mí, ahora. La actividad del tiempo
de recreo se pausa. Las adolescentes sonríen como tímidas y curiosas,
algunas saludan entre risitas. Las más pequeñas/os corretean, se quedan
pasamadas/os o lloran, veo distintas reacciones. Una blanche ha venido
al colegio, a nuestro colegio. Una mezcla entre extrañeza y alegría.

En la escuela maternal (así se llaman las escuelas infantiles, que cada cual
saque la reflexión pertinente...) de Bambi no hay juguetes ni telas de
colores. No hay dibujos ni libros que estimulen y diviertan, de ésos
con los que nos encanta trabajar a las educadoras europeas... No hay
papeles, no hay cuadernos, no hay lápices ni colorines. Ni tijeras ni
pegamentos, ni pintura de dedos ni cartulinas para dibujar.

Las niñas y los niños de Bambi se sientan en fila, todas juntitas/os,
mirando a una pared-pizarra, donde la directora de la escuela repite
en voz alta nombres de objetos que ella misma ha dibujado en la 

pizarra. Son casi cincuenta, de entre tres y cinco años. Cantan al 
unísono en respuesta a las órdenes de la directora, que dirige el ritmo 
con una vara de madera.

Muchos ojitos me miran curiosos. Me siento en una esquina, y apenas

les quiero mirar, para que sigan atentas/os a la directora, para que no
se distraigan y no les zarandeen como castigo por estar mirándome. 
Estoy observando todo. Caminan lento hacia la pizarra a la respuesta 
de 'Madame, J'arrive!' Con poco o nada de entusiasmo, mirando hacia
abajo. Bueno... algún gesto juguetón aparece en alguno... y sonrío como 
aliviada de que queda algo de inocencia viva.

No puedo evitar comparar, aunque ya sé que 'esto no es Europa', 

aunque sé bien que esto es diferente, que 'ici c'est comme Ça?... pero
no puedo evitarlo, no es fácil cerrar los ojos y asumir la realidad 
sin más, sin hacerme miles de preguntas... Comparo porque en mi 
noción de 'realidad'no entraba esto, porque leerlo o pensarlo no es 
lo mismo que verlo, vivirlo, y ser consciente de que existe...Y también 
porque no veo un aula llena de alegría 
y juego, ni entusiasmo por aprender, ni preguntas;

porque no veo niñas/os inquietas/os toqueteando todo lo estimulativo 

de su entorno, sino que veo petits enfants regañados por descruzar los 
brazos mientras se sientan para repetir lo que la Madame dice en una voz 
muy alta (innecesariamente, pienso). 'Ici c'est comme Ça', de acuerdo. 
Pero podría ser de otra manera, hay un horizonte abierto, una puerta... 
y pienso que es ahí donde encuentro el sentido de estar aquí.

Tengo que cambiar rápido, para adaptarme a cada situación. 

No puedo juzgar sin aber, sin conocer las necesidades que envuelven 
cada entorno. No puedo mirar a la directora-sargento con recelo o con 
cierto enfado por ver cómo adiestra a las niñas/os. No puedo, cuando 
nos despedimos y en forma de semi-reverencia agradece mi presencia
y me dice que espera agradecidamente que pronto llegue allí 

a trabajar para ayudarles.

No puedo, porque la necesidad es inmensa, y ella hace su trabajo

de la mejor manera que puede y sabe. No puedo, no puedo juzgar 
nada, no puedo pensar en términos morales, sino puramente prácticos.
Y cada vez comprendo más cosas, y veo lo complicado que es
determinar una sola línea de actuación, que todo tiene múltiples 

focos, varias causas... que la teoría simplifica, lo simplifica y  
reduce tanto que se aleja de la realidad...

Sólo puedo admirar a las personas que viven aquí, 

que luchan y sonríen, que caminan cada día muchos kilómetros,
muchos pasos, para venir a Bambi a recibir esta educación,
porque no hay otra salida. Admiro a las profesoras de todas 

las escuelas rurales que, entre la tierra roja, dicen que quieren avanzar
y hacer mejor su trabajo y no saben cómo.
Admiro a las mujeres que sólo son consideradas en función 

de su 'capacidad' para críar hijos/as, admiro su lucha diaria, 
su sonrisa, su trabajo y la dignidad de su día a día.

Sólo puedo sentir respeto por el joven que critica 

el gobierno de su país, que trabaja
y estudia, y lucha por conseguir mejorar 

su situación personal y familiar. 
A la joven que aguanta los acosos callejeros,
 y los de dentro de casa, y que trabaja dentro y fuera.
Admiro y respeto a esos pequeñitos ojos que miran duro, 

como si fueran de piedra, que tienen una expresión seria, 
que no ríen. Los admiro porque saldrán adelante y vivirán sin
hacer daño al mundo, pese a lo que el mundo 

les ha hecho sufrir. Son mi motivación.

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... Y de pronto verme... 

aquí en el corazón de Áfrika, 
con ocho meses de tiempo por delante
 para trabajar aquí, llena de ilusiones y de fuerza de trabajo...

Y pienso:
Aunque yo no hiciera nada, aunque me quedara 

sentada toda la vida, yo iría
envejeciendo igualmente. Mis pieles se arrugarían y

colgarían, mis músculos se desinflarían, mis huesos 
rasparían en las articulaciones, mi voz temblaría,
y quizás la comida me supiera más gris 

y algún dolor me molestaría bastante.

Aunque yo permaneciera toda mi vida en una hamaca, 

el tiempo pasaría por mí.
Eso pienso a veces, como reforzando mi idea 

de que actuar es lo que me da vida.
Y porque mi vida a pasar igualmente, 

con el tiempo... por eso prefiero moverme y aprender.
Y sentir un ENTUSIASMO que me devora muchas veces. 

Como un arrebato,
un arranque ardiente de furia que me rodea 

y me arde dentro con fuerza renovada.

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Si es un poco eso de que 'nada humano me es ajeno',

pues entonces quiero aprender bien cómo otras personas, 
con otros puntos de vista, intentan llevar
o llevan esta existencia. Quiero saber, deseo saber, conocer. 

Comprobar como las distintas poblaciones humanas resuelven 
los problemas diarios, y los filosóficos
a los que se enfrentan por su misma condición de ser humanas. 



Mi motivación para estar aquí es la misma cada día. 

Yo me examino también, como
humana que se encuentra en otro entorno al que no 

está habituada. Me examino cómo pienso, 
cómo me voy sintiendo, dónde y con quién 
me voy sintiendo mejor...

Y tengo esos momentos en los que siento que estoy 

unida al presente, exactamente igual
que cuando lo siento allá,

a seis mil kilómetros,
con mi familia y amistades. Son momentos.

Soy una intrusa en una realidad que me es ajena. 

Pero que poco a poco la voy haciendo mía
también, me mimetizo con ella y bailo a su ritmo. 

¿Es ése el aprendizaje? ¿Quizás la tan
grandiosa adaptabilidad humana, o mía ahora? 

¿Y dónde queda? ¿Y para qué?
Todo el tiempo pregunto. Aunque viva y fluya.


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Quiero mandar y mando toda mi mayor positiva energía 

a mi madre y a mi padre, especialmente.
También a mi hermana, a mis tías y a mi demás familia 

y personas amadas. A ti. Para que sintáis esta gran fuerza 
que aquí recojo, para que os cuidéis y podáis vivir un presente
feliz, placentero. Para que estéis tranquilas/os por mí y sepáis
bien que yo soy feliz haciendo y viviendo esto.
Sé bien lo que sentís estando allí, porque yo también he estado...


Porque, aunque estemos lejos en kilómetros, os pienso y os amo cada día.
Os dedico el mejor de mis trabajos, comparto con vosotras/os 

la mejor de mis sonrisas.
Siento vuestro cariño en los dolores y vuestra fuerza ante los nuevos retos.
Vivimos un mismo presente de esfuerzo y lucha, de pasión pese a la rutina.

Aunque estemos lejos en kilómetros, nos pensamos mutuamente.
En el metro o en la cocina. Yo entre el barro o en escuelas.
Hago lo que quiero hacer, me siento libre. Estoy disfrutando 

y aprendiendo... tanto como yo quiera. Deseo mucha paz y bienestar 
para allá, mi gente amada,mi gente que vive. Yo también espero, 
yo también vivo pensándoos.

Estemos felices de poder compartir distintas realidades. 

Estemos tranquilas/os.

Y que todo fluya al viento, con fuerza y suave.

Y la nueva fuerza crezca...




-Isa-