“Y busco referentes en cada momento.
Siempre referentes. Siempre los encuentro.
De aquellas y aquellos que lo consiguen cada
día,
Que consiguen caminar, superando problemas y
Dolores de esos que dejan cicatrices en la
mirada…
transformando su tristeza en fuerzas para
seguir.
Y lidio ya con hábito y rutina ciertas
situaciones.
Aunque una no deja nunca de cuestionarse mil
cosas.
Pero me fortalece el día a día, me fortalezco,
Por supervivencia o adaptación, por necesidad,
Porque quiero continuar haciendo lo que hago,
Y trabajar de la mejor manera que pueda, dado
este
Contexto, dados mis medios… dado el presente.
Y claro que flojeas por ratitos. Pero el día es
muy
Largo, y la recompensa de la noche de antes de
ir a
Dormir, recién refrescada por unos trozos de
piña
Y papaya local, y tumbada bajo la mosquitera de
cuento
De princesas, es enorme. Y agradeces como regalo
Los cubos de agua fría que te sirven de ducha.
Y cuando vas cargada, pesándote el cuerpo,
Zambullidos los pies (y sucios de barro los
gemelos)
En esa tierra movediza bajo una lluvia que cala,
Y de pronto ésta se vuelve más suave, hasta casi
ni sentirla,
Sonríes como si no hubiera nada mejor que
pudiera pasarte.
Claro que cambian tus percepciones, cómo no…
Y una llamada de teléfono puede hacerme
Sentirme más tranquila, sentirnos cerca,
Sentir que el cambio que estoy viviendo
Tiene sentido, y querer compartirlo.
Y un abrazo amigo me devuelve al presente.
Griterío y sonrisas de mis peques.
Y miro el pañuelo de mi mano izquierda,
y siento fuerza. Como un símbolo que me
agarra al momento actual, como un torbellino.
Y me cuido, me sonrío. Me cuido mucho.
Como chocolate camerunés con cacahuetes,
Un pilar base de la nutrición local.
Los cacahuetes, digo.”
…
En el Marché de Bonamoussadi hoy hay más gente
que otras veces. Es Sábado por la mañana y muchas mujeres vienen a comprar. A
comprar para el día. Unos tomates, un par de cebollas, algo de ‘condimento
verde’, y unos cubitos Maggi. Sí, claro, era verdad la leyenda de los Maggi en
el África central, ya lo sabíamos…
La globalización deja de ser una teoría cuando
te mueves por el mundo y la compruebas a cada instante. Podría hacer una lista,
más allá del ya asumido dominio global de CocaColaCompany y la Nestlé… Pasando por Palmolive-Colgate, Nivea, Inditex (Zara,
Stradivarius,etc.) y llegando A Vino Tinto el Tío de la Bota… puedes ver un motocarro
que repone en las boutiques el detergente Ariel mientras pasas al lado de un
gran edificio estilo centroeuropeo de la gran compañía Orange. (Los colonos
tenían que dejar su impronta, no podía ser de otro modo). No sé. Quien no se
hubiera imaginado un Zara en el centro de una ciudad del Áfrika Subsahariana como
Douala es que no sabía que lo de la globalización iba en serio. Supongo.
Bueno, volvemos al mercado. El mercado, como
todos los mercados de las grandes ciudades africanas (según se ve por lo que decimos
todas/os las viajeras/os) es un foco de contrastes, reflejo de la misma
sociedad, definida por ser un permanente flujo de contrastes también. Los
puestos de frutas y verduras se entrecruzan con los de peluquerías y
‘droguerías’ donde puedes encontrar tu desodorante Sanex favorito (si eres
pudiente, claro… porque el precio de los productos europeos sobrepasa la media
de los bolsillos populares)… Lo de las peluquerías es para comentarlo en otro
momento. Merecería un especial a parte. El pelo europeo es guay y los
peluquines y pelucones de imitación a nuestro pelo se cosen a los ricitos
africanos para lucir una cabellera muy apreciada aquí. Un pelo artificial que
se cortan y tiñen como si fuera propio. Por fortuna, pienso, muchas mujeres
emplean esas extensiones de pelo de plástico para hacerse esas trenzas
multicolores que tanto me encantan y son tan propias de la zona. Cosas de
mujeres, claro.
Andando entre el suelo embarrado y los pasillos
angostos me pesa el calor mezclado con ese olor indefinible, como de carne de
tres días fuera de la nevera y zumo de uva. Entre los sacos de patatas y los
hombres empujando carretillas abarrotadas que te aprietan contra mujeres robustas me mareo un poco, mientras sigo
caminando. Hay mucho ruido, en cada puesto las mamás me llaman, a veces
agarrándote. Quieren que compre en su puesto. Oigo ‘blanche’ tres veces a cada
tres pasos que doy. Estoy cansada, quiero comprar e irme. Quiero pasar desapercibida. Vamos, quiero lo imposible… Así que,
respiro hondo, y
tranquila sigo el recorrido laberíntico con calor de sauna. Y pienso en
el paso a paso. Superando agobios, centrada en el momento.
Soy un billete con patas. Me pese, me enfade, o
lo que sea. Me parezca repugnante, o desprecie la situación económica global.
Da igual. Lo que yo piense no importa. Que yo en Europa sea de la clase media o
sea muy rica no importa. Que estar aquí me esté costando mucho dinero y
esfuerzo y no pueda permitirme más que lo justo no importa. Importa el color de
mi piel, importa mi condición de blanca, de la que no me puedo desprender, a la
que estoy atada. Las mamás me dicen que compre más, me duplican los precios (o
triplican, según la buena fe de la vendedora), porque allí en Europa vivimos a
todo tren y trabajamos cuatro horas en
una oficina y cobramos mucho. El prejuicio a lo europeo viene fomentado por los
medios de comunicación, y por la realidad misma. No lo culpo. Lo comprendo. Me
resigno, aunque siempre intento dialogar, por eso del amor a muchas cosas africanas y el
desprecio a las ciertas malas prácticas europeas. Y para evitar hablar de
paraísos e infiernos, y compartir una visión de cada zona más real. Quede
claro, sobre todo a las personas que aún no habéis tenido la fortuna de vivir
en otro entorno: ni esto es el infierno ni allí es el paraíso, ni viceversa.
CONTRASTES. Contrastes es la clave. Lo del ' bon sauvage' ya lo
superamos y tenemos que ser muy críticas en toda tierra que pisemos.
Criticar para construír, para crear, siempre. Quedarnos con la magia y
eliminar los tratos denigrantes. ¡Menuda
tarea, lo sé! Lo sé, creedme… En ello estoy.
En el pasillo de los pollos el olor se intensifica.
Decenas de pollos a cada pasillo hacinados en cajones de madera. Me ofrecen los
pollos, cogiéndolos y acercándomelos a la cara. Me ofrecen el más grande.
'Non, merci, merci', y sonrisa rara. Cuando alguien compra un pollo, manteniéndole vivo le enseñan la pechuga a la
persona. Si dice que sí, un tajo con cuchillo en seco en la nuca y lo tiran al
bidón para que se desangre. El bidón se mueve hasta que el pollo muere. Lo
despluman quemándolo y rápidamente: ¡bingo! Pollo en bolsa de plástico listo
para llevar. Con el calorcito que tenemos encima, no os digo... Me sorprende lo
justo, casi menos violento que las industrias matapollos que hay por ahí desde
donde leéis. La filosofía vegana es la que es, no importa dónde. Aquí es otra
cosa. Al menos desde la higiene, salubridad y esas cosas. Muy curioso, cuanto
menos. Hay que ser fría a veces. Fría o práctica.
No puedo evitar sentirme un poco incómoda por
momentos. Pienso que me gustaría fundirme en el negro de sus pieles y dejar de
ser lo que soy aquí, en medio del mercado. Me gustaría coger un taxi sin tener
que quitarme a varios hombres que me agarran para que me suba en su moto. Estoy
cansada y me gustaría pasar desapercibida, desconectar mi diferencia sólo un
ratito. Pero no puedo. Lo asumo. Es el precio. El precio. Un precio pequeño, al
fin y al cabo. Para el que hay que estar preparada, y para el que tienes que
ser fuerte. Pero un mínimo precio comparado a mi fortuna. Y me siento un poco
mal hasta por sentir esa ansia por ‘ser normal’ en este entorno, donde yo soy
la blanca adinerada que puede decidir por dónde moverse y cuánto quedarse. ¿De
verdad quiero fundirme con esta “normalidad”? Es difícil. Sé que vosotras/os sentiríais lo mismo.
Supongo que no me explico bien. No es fácil
compaginar los dos mundos que sabes que existen, que vives y sientes, y sabes
que son tan diferentes que te parece mentira que compartan un mismo presente.
No es fácil asumir la realidad, pero no queda otra, si es que quieres ayudar a
cambiarla. Más allá del mercado, de las compraventas y los taxis abarrotados,
más allá de los pies descalzos y los 4x4 de lujo, más allá de las cocacolas de
60cl y de los panes con mantequilla, está el presente aquí. Cada mirada esconde
tanto. O no lo esconde, lo refleja. Depende.
El día a día endurece, no es lo
mismo mi mirada hacia un problema que su propia mirada. Puede que yo magnifique
o ellas/os minimicen, pero el caso es sobrevivir y aquí no hay cuentos que
valgan si quieres salir adelante. Y aunque tantas cosas parezcan similares a lo
‘europeo’, una base que diferencia lo cubre todo. Puede que una boda de gente
rica de aquí te recuerde a una boda de tu pueblo. Pero la estructura que
envuelve a la condición de la mujer aquí, sus límites en su decisión, y el peso
del patriarcado tradicional te marcan la clave si rasgas un poco. Hay que
rasgar. A veces mucho, para aprender. Y poder mantener una conversación con
población local superando diferencias básicas (BÁSICAS) a veces cuesta mucho
esfuerzo, pero es clave para seguir aprendiendo. Cuanto más conozca, más
acertada será mi intervención, pienso. Y quiero cometer los mínimos errores y aprender lo máximo...
Y las sonrisas siguen siendo la clave,
Mi fuerza, mi apoyo, mi señal
De que estoy haciendo las cosas bien.
Y a veces me gustaría quedarme para siempre,
Pero "siempre" también tiene un fin,
Y asumo que es imposible llegar a todo,
Llegar a todas, a todos.
Y la frustración la voy sustituyendo
Por ganas de construír en el ahora,
El aquí, con este grupo de personas,
Para poder sentar la base, las bases
De algo que considero básico:
El respeto a la infancia, a la integridad
De la niña y el niño, su derecho a disfrutar,
A evitar el sufrimiento innecesario,
Su derecho a ser niña/o. A reír.
Y son sus ojitos y sus sonrisas las que
Me animan a superar todos los obstáculos
Que vienen de dentro y de fuera,
De una y otra estructura,
De gente que desconoce la realidad
Pero presiona y decide sobre ella,
Influyéndola y empeorándola…
Hay que caminar muy despacio,
Pero caminar sobre seguro.
Y coger fuerza. Cada momento.
Aquí todo es muy intenso.
Pero estoy donde tengo que estar.”
Os quiero mucho. Muchas gracias.
Siempre gracias por el cariño que siento.
Estamos juntas/os, ya lo sabéis.
Miles de abrazos.
-Isa-