lunes, 5 de mayo de 2014

Por la ilusión oprimida

Los días pasan... vivimos.
Pasan los cielos estrellados y los soles nublados que dejan gotas en las grandes y verdes hojas de los campos que veo crecer cada mañana. ¿Cuánta vida es necesaria para que nos demos cuenta? ¿Cuánto más?

I

Desabrochando miedos,
quitando prejuicios sobre los 'debe ser'
y mirando a los ojos rojizos del atardecer salvaje...
ahí me encuentro, aquí.

Liberando la rabia
en un grito berreante
que el viento difumina entre los ruidos
del mercado. Aquí.

Huele a tierra removida,
a huellas haciéndose paso:
soy yo naciendo
por primera vez a un mundo nuevo.

Ya no me importa la rima,
ahora no. Ni el número exacto.
La sílaba es sólo
una parte, no es palabra completa.
(¡Para llegar a ser palabra...!)

Desarrollando el talento
y bombeando todo el cuerpo.
Ya no, no es necesario ahora.
Se ha desvanecido el miedo.

Músicas del mundo,
verdes y marrones, cielos.
Nubes espesantes, lluvias.
Baile de pantalón rajado.
Para luego, silencio.

No me importa, ya no,
ahora estoy fuera del cuento,
como una escritora atenta,
generando pensamiento
en actos, en días que vivo.

Y es siempre lo mismo,
en distintas formas:
vida, momentos, sueños,
ganas de pasar viviendo
el menor dolor posible
y el máximo bienestar.

Comprendo, mientras vivo,
comprendo intentándolo.
Comprendo, entiendo poco
pero poco a poco crezco.
Estoy ahora aquí, sintiendo.



A las ilusiones quemadas

Tres años de vida. El marrón de la tierra colorea el otro más oscuro de su piel, como tiza acartonada. Balanceo nervioso de piernas sobre la sillita de madera. Ojos clavados en la maestra, lanzados como buscando agarrarse a lo nuevo por aprender. Palmaditas de emoción y alguna risotada con sus iguales-pero-nunca-iguales. Deseo de aprender, cosquilleo ilusionado. Y de repente: ¡PUUUUUUUM! Bofetada de realidad latigante. Deseo frustrado. Llanto ardiente desde dentro y ahí encerrado. No puede salir, está obligado a reprimirse.

Hija de los pobres. Escritura en el cuaderno desgastado de cuadrados pequeñitos y tapas de aire. El viejo zapato como hoja afilada quema, doblado bajo el talón agrietado. Duele, pero no hay tiempo para esas pequeñas quejas. ¡ZAS! Vuela el cuaderno por el aire de barro arrastrando enganchada la esperanza de poder continuar estudiando. La herramienta de madera y hierro cuelga de su hombro, hundiendo con los años los hombros y la vida. El campo es la opción forzada.

Pueblos arrasados por la pobreza impuesta. Pueblos son personas. Pueblos son miradas, ilusión de inquieta infancia arrancada con violencia. Viola, viola vidas la violencia. Y tú, ahí. Y yo, aquí. Haciendo qué, haciendo mundo.

II

No hablo de mí, hablo del mundo,
de ese mundo del que no se habla
entre los que decimos que sabemos
del mundo. Y no sabemos nada.

Esas tantas vidas,
tantas niñas y niños,
juventud, latir de la tierra,
madurez de mujeres y hombres
buenos, buenos y buenas,
buenas y pobres.

Esos tantos latires pausados,
precipitados a la rutina
del trabajo y la pesantez
de los días,
vida de llagas.

Vidas de sabios momentos,
de represión contenida.
Y luego, tantas otras vidas insípidas,
vacías de pesos,
llenas de mentiras.


Yo no lo sé... no tengo la respuesta.
Sólo consytruyo y deconstruyo cada rato,
sintiendo una calma y una fuerza que me abre nuevios frentes,
como queriendo mirar más, no conformarme.
Mi inteligencia crece, y a veces se difumina en las acciones cotidianas en las que me pierdo. Siento muchas cosas, como viviendo en dos planos diferenciados. Como sabiendo de los dos mundos que son muchos mundos. Mucha muchedad, ya...

No sabemos casi nada,
pero podemos aprenderlo casi todo.
Y en ese campo jugamos,
digo... vivimos.

Y no puedes contar a veces
más que con tu propia fuerza,
contigo. Por eso el amor propio crece.

A cinco semanas de volar hacia allí.
Esto es muy duro. Suerte que formáis parte de mi vida.
Y... sí, una cosa: estoy harta de los acosadores.
Pero lo llevo con dignidad. (Creo)

Os quiero, familia.
Estoy bien, estad tranquilas/os.
Gracias por todo

-Isa-

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