Los días pasan... vivimos.
Pasan
los cielos estrellados y los soles nublados que dejan gotas en las
grandes y verdes hojas de los campos que veo crecer cada mañana.
¿Cuánta vida es necesaria para que nos demos cuenta? ¿Cuánto más?
I
Desabrochando
miedos,
quitando
prejuicios sobre los 'debe ser'
y
mirando a los ojos rojizos del atardecer salvaje...
ahí
me encuentro, aquí.
Liberando
la rabia
en
un grito berreante
que
el viento difumina entre los ruidos
del
mercado. Aquí.
Huele
a tierra removida,
a
huellas haciéndose paso:
soy
yo naciendo
por
primera vez a un mundo nuevo.
Ya
no me importa la rima,
ahora
no. Ni el número exacto.
La
sílaba es sólo
una
parte, no es palabra completa.
(¡Para
llegar a ser palabra...!)
Desarrollando
el talento
y
bombeando todo el cuerpo.
Ya
no, no es necesario ahora.
Se
ha desvanecido el miedo.
Músicas
del mundo,
verdes
y marrones, cielos.
Nubes
espesantes, lluvias.
Baile
de pantalón rajado.
Para
luego, silencio.
No
me importa, ya no,
ahora
estoy fuera del cuento,
como
una escritora atenta,
generando
pensamiento
en
actos, en días que vivo.
Y
es siempre lo mismo,
en
distintas formas:
vida,
momentos, sueños,
ganas
de pasar viviendo
el
menor dolor posible
y
el máximo bienestar.
Comprendo,
mientras vivo,
comprendo
intentándolo.
Comprendo,
entiendo poco
pero
poco a poco crezco.
Estoy
ahora aquí, sintiendo.
A
las ilusiones quemadas
Tres años de vida. El marrón de la
tierra colorea el otro más oscuro de su piel, como tiza acartonada.
Balanceo nervioso de piernas sobre la sillita de madera. Ojos
clavados en la maestra, lanzados como buscando agarrarse a lo nuevo
por aprender. Palmaditas de emoción y alguna risotada con sus
iguales-pero-nunca-iguales. Deseo de aprender, cosquilleo ilusionado.
Y de repente: ¡PUUUUUUUM! Bofetada de realidad latigante. Deseo
frustrado. Llanto ardiente desde dentro y ahí encerrado. No puede
salir, está obligado a reprimirse.
Hija de los pobres. Escritura en el
cuaderno desgastado de cuadrados pequeñitos y tapas de aire. El
viejo zapato como hoja afilada quema, doblado bajo el talón
agrietado. Duele, pero no hay tiempo para esas pequeñas quejas.
¡ZAS! Vuela el cuaderno por el aire de barro arrastrando enganchada
la esperanza de poder continuar estudiando. La herramienta de madera
y hierro cuelga de su hombro, hundiendo con los años los hombros y
la vida. El campo es la opción forzada.
Pueblos arrasados por la pobreza
impuesta. Pueblos son personas. Pueblos son miradas, ilusión de
inquieta infancia arrancada con violencia. Viola, viola vidas la
violencia. Y tú, ahí. Y yo, aquí. Haciendo qué, haciendo mundo.
II
No hablo de mí, hablo del mundo,
de ese mundo del que no se habla
entre los que decimos que sabemos
del mundo. Y no sabemos nada.
Esas tantas vidas,
tantas niñas y niños,
juventud, latir de la tierra,
madurez de mujeres y hombres
buenos, buenos y buenas,
buenas y pobres.
Esos tantos latires pausados,
precipitados a la rutina
del trabajo y la pesantez
de los días,
vida de llagas.
Vidas de sabios momentos,
de represión contenida.
Y luego, tantas otras vidas insípidas,
vacías de pesos,
llenas de mentiras.
Yo
no lo sé... no tengo la respuesta.
Sólo
consytruyo y deconstruyo cada rato,
sintiendo
una calma y una fuerza que me abre nuevios frentes,
como
queriendo mirar más, no conformarme.
Mi
inteligencia crece, y a veces se difumina en las acciones cotidianas
en las que me pierdo. Siento muchas cosas, como viviendo en dos
planos diferenciados. Como sabiendo de los dos mundos que son muchos
mundos. Mucha muchedad, ya...
No
sabemos casi nada,
pero
podemos aprenderlo casi todo.
Y
en ese campo jugamos,
digo...
vivimos.
Y no puedes contar a veces
más que con tu propia fuerza,
contigo. Por eso el amor propio crece.
…
A
cinco semanas de volar hacia allí.
Esto
es muy duro. Suerte que formáis parte de mi vida.
Y...
sí, una cosa: estoy harta de los acosadores.
Pero
lo llevo con dignidad. (Creo)
Os
quiero, familia.
Estoy
bien, estad tranquilas/os.
Gracias
por todo
-Isa-
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